La transición política española es el paradigma del consenso léxico en la impostura antidemocrática y quizás por ello concite tanta imitación en multitud de supuestos cambios de regímenes políticos oligárquicos en el mundo de los últimos veinte años. La “apertura” de Carlos Arias Navarro, presidente del gobierno de Franco en 1974, llegó a imponerse como sinónimo de “convivencia, tolerancia”, y del “no querer imponer tercamente una opinión o criterio” como revelaría la “reforma política” de los mismos procuradores franquistas unos años más tarde frente a la racional “ruptura”. Que las modificaciones y falsificaciones semánticas de los dirigentes del régimen autocrático tuvieran tal éxito en los medios de comunicación, clase política e intelectual, revela hasta qué punto el consenso político ha sido el opio del pueblo democrático en España. Pero hay resquicios en dicho consenso léxico porque ha sido imposible que determinadas palabras muten por encantamiento. Un ejemplo de ello es el campo semántico de “partido”, “partidismo”, “partitocracia”. Todas ellas siguen manteniendo el significado democrático por el que el logos político español puede realizar la “ruptura” con la situación política actual que niega las reglas pertinentes de la separación de poderes, representatividad y elección directa del jefe del estado. Dichas palabras conservan aún su connotación negativa en el “lenguaje ordinario” y, por mucho que el “poder cultural y mediático” ha intentado e intenta inyectarle caracteres positivos ante la sufrida población, no lo han conseguido. Los españoles han convertido en verdadera “resistencia léxica” las connotaciones negativas de partido y partitocracia. Lo muestra la casi clandestinidad de la militancia de partido, la financiación pública de los mismos y de sus campañas “electorales”, y su marketing permanente para no caer en el despotismo más evidente; y lo demuestra la imposibilidad de evitar la sonrisa cómplice en el “español medio” cuando se le trata de hacer entender que “nuestra democracia de partidos” es un sistema político “representativo” de sus intereses, que “hace ya años (¿1981?, ¿1996?) tenemos una democracia representativa” homologable con las de Europa y ¡EE.UU.! Para el sano sentido común, sin embargo, los partidos actuales siguen siendo “órganos” –instrumentos- de una minoría para “codearse” con los poderosos financieros y económicos que se “abrieron” desde el franquismo de don Carlos Arias a una apariencia de sociedad abierta. Rodríguez y Rajoy (foto: sagabardon)