Para ilustrar la conveniencia y al mismo tiempo la enorme dificultad que entraña el mantenimiento y defensa de la postura abstencionista en sucesivas convocatorias electorales, la contundente brevedad de una pintada puede ser suficiente para contestar a ríos y ríos de tinta propagandística premeditadamente expandidos por la clase política y medios de comunicación afines e irreflexivamente aceptados por el público destinatario. La irreflexión propia de los apetitos desordenados, pues como nos ilustra D. Antonio García-Trevijano en su reciente florilegio en este mismo diario, “la pasión de votar viene de los apetitos, la de abstenerse, de la razón”. Mucho se engañaría, por tanto, el que emparejase la pasión únicamente con el hedonismo; a la pasión obedecen también las reacciones de quien sabe que su acción no tiene más desenlace que el precipicio de la perdición. Si hay hedonismo en ello, no cabe más que emparentarlo con el más profundo masoquismo. El exdiputado D. José Antonio Labordeta decía recientemente en los micrófonos de “Onda Cero” que, en compensación a los muchos años padecidos de ausencia total de democracia y de libertades públicas había que corresponder ahora votando, aunque sea “votando lo que sea”, según sus palabras textuales. La brutalidad del aserto ilustra bien hasta que extremo los defensores del voto saben bien que este no responde a razones sino a pasiones; “votar lo que sea” es una acción intransitiva, desprovista de todo contenido y carente por tanto de toda justificación racional, de una imbecilidad manifiesta, deudora de las más feroces pasiones de servidumbre. Los fieles que acuden a misa lo hacen en cumplimiento de un mandato explícito del código que rige sus conductas; credo que no apela a la razón sino a la creencia. Los “laicos” defensores de nuestro “sistema democrático” adoptan, con proclamas indecentes como las de José Antonio Labordeta, una actitud misionera, eclesiástica, profundamente religiosa, que, por disimulada y disfrazada de laicismo, se vuelve deshonesta. “Votar lo que sea” vacía el voto de contenido, y lo convierte en el rutinario y mecánico cumplimiento de un inútil ritual, sin más consecuencias prácticas que la autocomplacencia en la fidelidad de cada votante a los suyos: el acto público que todo voto debe ser se degrada al tributo personal del votante a su facción. “Si votas no te quejes”, proclama la consabida pintada, indudablemente más razonada que la estupidez de quien exige el voto como peaje para la libertad de quejarse de la acción del poder: monstruosidad que pretende que antes de quejarse es obligatorio rendir tributo al destinatario de la queja. El abstencionismo topará siempre con la propaganda oficial en forma de brutalidades como la señalada; y desmontar un tópico es tarea casi imposible. Bien lo sabía Agustín García Calvo cuando, en su viejo panfleto titulado “Manifiesto de la Comuna Antinacionalista Zamorana” sentenciaba que “Construir es fácil y está al alcance de cualquier necio. Lo verdaderamente difícil es destruir”.