Los partidos políticos no son intrínsecamente buenos ni malos. Son inevitables como correlato de la libertad de asociación por razones ideológicas. De ahí su necesario carácter civil. Ningún partido político debe ser estatal, pertenecer al Estado.
Sin embargo, el carácter cuasi-administrativo de los partidos en el régimen partidocrático se traduce en la subvención estatal, pesebre perpetuo y premio a su papel en el sistema que los instituye (de Institución) en el mayor enemigo de las aspiraciones democráticas de los ciudadanos. Al no existir principio representativo, sino de integración de masas, éstos solo pueden sentarse a contemplar cómo aquellas siglas que han votado son diferentes en el poder que fuera de él, produciéndose la quiebra entre la sociedad civil y la sociedad política. No existe principio de intermediación entre ambas.
Por eso precisamente, la solución de las listas abiertas no es más que un ejercicio de defensa propia de los partidócratas, que así reconocen prima facie la inexistencia de democracia en España como problema cierto y tangible.
Y una sociedad que se proclame avanzada plantea los problemas sólo cuando los puede afrontar y resolver. Hoy la sociedad se plantea a diario como problema la situación política española, situación que es fácilmente reconvertible desde el mismo momento en que asumamos que no es sino la culminación del proceso de transición que supuso el pacto entre el franquismo, legitimado por unas elecciones sin libertad, y la admisión de los partidos políticos entonces ilegales.
Este pacto queda reflejado en la Constitución de 1978, donde se elimina la separación de poderes, los partidos políticos se constituyen en los únicos agentes políticos y se separa radicalmente la sociedad civil de la sociedad política, concediéndosenos todas las libertades (reunión, expresión…) pero negándosenos la más importante: la libertad política de elegir, controlar y deponer democráticamente a nuestros legisladores y gobernantes.
Es por ello que las libertades existentes pueden ser utilizadas para todo menos para constituir y renovar el poder político del Estado o para controlarlo. Todo este sistema político nacido del pacto entre franquistas y partidos de la oposición, exponente máximo del oportunismo social de una generación, necesita como otro instrumento para mantenerse, además de los referidos (servilismo y pactismo), a la corrupción, como imprescindible factor de gobierno.