El esplendor económico chino deja estupefactos a unos y recelosos a otros, pero si se analiza con rigor todo este auge de la riqueza asiática tiene sus porqués. Tras los sucesos de Tiananmen y la liberación de los mercados chinos, quedó patente que las reformas económicas capitalistas que se iban a establecer de modo obligatorio en el país moldearían para siempre la sociedad y la cultura milenaria china. El afán de Xiaoping de convertir su nación comunista en el taller industrial de mano de obra barata del mundo y por tanto, en el lugar predilecto de las plantas de producción de todas las multinacionales obró el milagro de la economía china.

Para los inversores extranjeros y las multinacionales ávidas de beneficios fáciles, China se convertiría en el nuevo paraíso del capitalismo mundial: reducción de impuestos y aranceles, consolidación fiscal vía contracción del gasto público, autoridades corruptibles y mano de obra infra-remunerada sin derechos laborales ni sociales básicos. Todo este cóctel de medidas económicas ultra capitalistas fueron definiendo a lo largo del tiempo las riquezas y las miserias de un país altamente poblado por gente que habían estado sometidos durante más de 2300 años a la servidumbre de las sucesivas dinastías imperiales y después al yugo de régimen comunista de Mao y sus posteriores líderes hasta la fecha de hoy. La liberación económica en la República Popular China ha producido avances sociales aceptables y ha sacado de la pobreza absoluta a millones de chinos, pero la realidad del país asiático es que se encuentra en el puesto ciento y pico en el índice de desarrollo humano de la ONU y que los únicos que verdaderamente se están aprovechando de la riqueza generada en el país son los vástagos de los prebostes del Partido Comunista.

Según algunos datos confirmados, de la totalidad de los milmillonarios y millonarios que existen en China el 90% son hijos de funcionarios del Partido Comunista, llamados “principitos”. La economía china sigue siendo una economía dirigida por la élite política y las multinacionales que operan dentro de una férrea estructura jerárquica. Las multinacionales financian los negocios de los “principitos” con la contrapartida de las prebendas fiscales y laborales para las primeras. De este modo, se crean gigantescas estructuras industriales de mano de obra barata que fabrican todo tipo de productos mediocres a costes mínimos que se distribuyen globalmente.

Por el contrario, con esta estructura económica, la gente pobre y la clase media tiene imposibilitada la entrada a la creación y dirección de empresas, simplemente son los nuevos súbditos del Capitalismo político asiático. No hay pues que engañarse con el milagro del gigante asiático, puesto que una sociedad que se ha convertido en el segundo motor económico mundial según PIB y a la par no ha sido capaz de resolver sus acuciantes problemas de desigualdad, derechos políticos, sociales, laborales y ambientales, es llanamente una sociedad plutocrática, fracasada en lo político y en lo social que usa a sus supuestos ciudadanos como meros medios para enaltecer y enriquecer a la superestructura político-capitalista del Partido Comunista Chino.

Por lo comentado, es por lo que las relaciones político- económicas entre el Occidente decadente y el opulento Asia, han de ser vigiladas por la sociedad democrática, puesto que los nuevos modelos de sociedad basados en una economía ultraliberal con libertades reducidas y democracias débiles son la tendencia que el siglo XXI acogerá y desarrollará en su seno espacio-temporal. La crisis que azota al mundo Occidental en particular está evidenciando la grotesca emulación asiática que los órganos gubernamentales europeos y de otros países pretenden establecer en sus estructuras políticas y económicas: oligarquías de partidos, oligarquías financieras, oligarquías de tecnócratas; estos son los nuevos poderes fácticos que regirán el destino de millones de personas de Europa, Estados Unidos, América Latina, África…

El desplazamiento masivo de riqueza y capital público hacia bolsillos privados en la última década es de un volumen tan apabullante como el volumen de ingresos entre un alto directivo y un empleado medio de una multinacional; si no somos capaces de revertir esta legal injusticia en los años venideros, es muy posible que la civilización actual heredera de la ilustración y el Estados de derecho desaparezca para dar lugar a la semilla, de la cual, germinará una sociedad de amos y súbditos que negará cualquier atisbo de libertad y justicia.

Fotografía de Jnotz

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