El desinterés por sus piezas teatrales y el celoso dominio del escenario que ejercía Lope de Vega impidieron a Cervantes acceder a los salones del Parnaso académico y a los corrales del éxito popular. Incapaz de sacar provecho de la dura corteza de la Península, solicitó un cargo en las Indias: pretensión que fue abruptamente rechazada. Este dato -junto a otros como la imposibilidad de concertar matrimonios honorables para las mujeres de su entorno familiar-, abona la suposición de una descendencia “impura” o de unos orígenes conversos. El propio don Miguel, sin desdecirse de su fe cristiana, de honda raigambre erasmista, censuraba a quienes esgrimían su “limpieza de sangre” como valor supremo, vituperando a los de “sangre manchada”. Américo Castro aborda este asunto en su obra “Cervantes y los casticismos españoles”. Su obra, preñada de una ironía que retrata sabiamente la complejidad del ser humano, (dando paso a la modernidad literaria), fue objeto de esa españolísima tacañería espiritual, que cede lo menos posible y de muy mala gana a sus hijos más insignes. Así, el influjo seminal del Quijote se aprecia primero en Europa y después en Iberoamérica antes de manifestarse aquí. Ahora, siglos más tarde de aquella decadencia cuya inevitabilidad atisbó el malherido en Lepanto, esta pútrida Monarquía partidocrática y su corte de paniaguados de la cultura, premia con el “Cervantes” a los escritores más “reconocibles”: este año le ha tocado a Juan Marsé. (foto: Ricardo Carreon) Al margen de las pantomimas culturales, el homenaje que ha de seguir tributándose a Cervantes es el de su lectura. “Leo el Quijote todos los años, como otros leen la Biblia”, decía Faulkner. El discurso de las armas y las letras sugiere el carácter festivo de la guerra arcaica. Ésta, al no ser un medio para incrementar las riquezas de un soberano o un pueblo, parece un lujo (el gusto por los vestidos suntuosos refuerza esa impresión). Clausewitz, apelando a la necesidad de destruir sin piedad las fuerzas del adversario, se opuso a los militares de tradición caballeresca. Y a los jueces, mientras no sean independientes, de poco les puede servir el sensato ejemplo de Sancho durante su estancia en Barataria.