Obama visita un proyecto biodiesel (foto: Barack Obama) De adolescente estaba convencido de que si el ser humano había llegado a la Luna también habría inventado el motor de agua (barato e impoluto), y que si no había sucedido todavía era debido a una conspiración de puercos productores de petróleo y automóviles que lo impedían. Pero, al parecer, la realidad es algo distinta: separar el átomo de hidrógeno del de oxígeno en la molécula de agua requiere una gran corriente eléctrica, por el momento imposible de generar en vehículos pequeños. Aunque casi con seguridad ecológicamente inviables, resulta instructivo echar un rápido vistazo a otros sustitutos que unos y otros proponen para el petróleo. Tenemos, en segundo lugar, el biodiesel. Éste es un combustible no fósil (metanol), extraído de ciertas grasas vegetales como el maíz. Aunque a primera vista parezca una solución amable, se trata de todo lo contrario, pues para una sustitución completa tendríamos que talar y cultivar los bosques de varios planetas Tierra. Algunos analistas han señalado hasta qué punto su producción actual está afectando ya a los precios de la comida, como la triplicación del precio del arroz el año pasado. Después está la energía nuclear, que aunque acabe por sustituir la producción de energía en gran escala, todavía resta por considerarse el espinoso, más bien aterrador, problema de sus residuos. A no ser, claro está, que sigamos el ejemplo del gobierno estadounidense en sus guerras de Bosnia e Iraq, y utilicemos el uranio empobrecido como proyectil, al parecer el no va más en capacidad destructiva, pues puede no solo atravesar los blindados sino incinerar sus interiores, dejando después una feliz impronta radioactiva en la zona que durará miles de años. El gas natural tiene también, como el petróleo, sus días contados; y retornar al carbón, aunque al parecer queda todavía bastante, es sencillamente suicida, pues la emisión de carburos sería tan bestial que pronto nos veríamos envueltos en una nube negra de humo. Y por último están las llamadas arenas de alquitrán, el recurso más desesperado, que Hopkins compara humorísticamente con la extracción, por parte de un alcohólico, de los restos de cerveza caídos en la alformbra de un pub para convertirlos otra vez en alcohol y después bebérselos.