Planta petrolífera (foto: guy with a camera) Debo admitir que la primera vez que oí hablar de este asunto no pude evitar la sensación de que se trataba de otros de esos ataques neurasténico-apocalípticos de fin de milenio. La publicación reciente de un libro, The Transition Handbook, cuyo autor, Rob Hopkins, ha amasado una vastísima cantidad de datos, presentandos muy sencillamente, está haciendo virar mis primeras impresiones hacia la confrontación de una realidad, cuando menos, posible. Creo que hoy por hoy la idea de que se termina el petróleo y de que no poseemos ningún sustituto tan barato y de fácil manejo no puede descartarse como hipótesis; y dada la emergencia del asunto conviene examinarla con cuidado. Por razones obvias de espacio no podemos desarrollar la cuestión del cenit del petróleo como merecería, pero espero al menos, en tres entregas sucesivas, aportar una plataforma para la discusión. Ya circula mucha información en la red, que incluye fundamentalmente gráficos sobre el consumo pretérito de los bancos petrolíferos conocidos, la inexistencia de otros nuevos tan accesibles, y la dura realidad de no tener todavía sustitutos baratos y/o menos contaminantes. La perspectiva que se nos presenta, pues, no es halagüeña, pero no es catastrófica. Hay muchas cosas que podemos comenzar a implementar, principalmente reducir nuestro consumo; desarrollar energías alternativas; cambiar patrones de vida social hacia una colaboración más estrecha (vida comunitaria, cooperativas de transporte, compartir herramientas de trabajo…); en cuestión de alimentación fomentar el biorregionalismo; y un largo etcétera. Incluso aunque la era del fin del petróleo barato no esté a la vuelta de la esquina, teniendo en cuenta la enormidad de lo que procede transformar, es conveniente ir dando los primeros pasos, no sólo a nivel tecnológico y científico, sino conciencial. Pues uno diría que ante todo preferimos mantener nuestro nivel de consumo, sin cuestionar hasta qué punto éste es razonable o ecológicamente sostenible. La técnica no es magia: el supuesto reemplazo del petróleo implica permanecer bajo el embrujo del consumo, tan hipnotizados por su eficacia que pasamos por alto sus costosísimos efectos secundarios (cambio climático, incremento del cáncer). Por el momento, tan sólo el siguiente pensamiento: nuestros hábitos son lo más difícil, pero quizá lo más decisivo, de cambiar.