El Congreso de los E.E.U.U. rechaza el plan de Bush (foto: mischiru) Causa de la crisis financiera Antonio García-Trevijano Los analistas de la economía, incluso los que presagiaron desde hace años el estallido de la burbuja inmobiliaria -hipotecas basura en EEUU, Reino Unido, Irlanda, Alemania, Bélgica, España y otros países- opinan ahora a remolque de las noticias del día. Carecen de criterio. El pánico, ante una quiebra del sistema capitalista, les hace ser entusiastas acríticos de todo tipo de medida intervencionista del Estado, desde las nacionalizaciones de bancos y aseguradoras -Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania, Bélgica, por ahora-, hasta la compra masiva de créditos bancarios dañados por morosidad o insolvencia de deudores particulares. A los gobiernos, partidos de oposición, gran banca de depósito y medios de comunicación, les conviene echar toda la culpa de la crisis financiera a las hipotecas basuras. Es una forma de ocultar o diluir la responsabilidad de los verdaderos agentes inmediatos del desastre. Si el problema estuviera en las hipotecas basura, donde el valor del bien hipotecado, al no cubrir todo el nominal del crédito, causaría la quiebra de la entidad hipotecante -si se contrajera la demanda de viviendas, y éstas dejaran de aumentar su precio-, la solución sería bien sencilla y no perjudicaría a la liquidez inmediata del sistema crediticio. Bastaría que una entidad estatal comprase por su valor de mercado -por ejemplo, 50 % del nominal- los créditos dañados; pusiera la liquidez de ese precio en el circuito financiero; y reclamara luego a los deudores la mitad de sus hipotecas con facilidades de pago. Pero en los momentos de pánico casi todo el mundo reacciona de la misma manera: “no hay que mirar al pasado, sino todos unidos, como en el 11-S, dar una solución patriótica de futuro” (McCain). ¡Como si fuera posible encontrar alguna solución sin identificar y localizar la causa que ocasionó la catástrofe financiera! Todo remedio que se aplique será vano, incluso a corto plazo, si no se ataca de raíz la causa pasada de la crisis actual. Pero hay miedo del candidato republicano al pasado de su jefe de campaña, a sueldo de Freddie Mac, una de las entidades crediticias que está en el origen del problema. Miedo de Henry Paulson, puesto de rodillas ante la portavoz del partido demócrata, Nancy Pelosi, para pedirle que no se airee en público que llegó a la Secretaría del Tesoro, desde la presidencia de una de las grandes sociedades causantes de la burbuja financiera. Nadie quiere saber que el factor desequilibrante del mercado crediticio no ha estado tanto en las hipotecas basura (subprime), como en la artificial riqueza monetaria, creada de la noche a la mañana, con la negra especulación, a la baja bursátil, de los fondos de alto riesgo. Una manipulación de las cotizaciones, incomprensible para los inexpertos, pero delictiva. En artículos y editoriales de este Diario, trataremos de explicar cómo ha sido posible que esos Fondos de Alto Riesgo premiaran a sus ejecutivos con un dos por ciento de la cifra de negocio, más un veinte por ciento de los beneficios. Entre ellos, a Henry Paulson, a quien Bush quiso convertir en dictador, sin ley ni control, como gestor único de 700 mil millones de dólares públicos para salvar a la banca privada de la catástrofe que él mismo contribuyó a causar. Lo decisivo fue que dichos Fondos, por su alta rentabilidad, lograron cautivar ingentes masas de dinero, procedentes de fondos de pensiones, compañías de seguros, bancos de inversión, cajas de ahorro, empresas inmobiliarias, Universidades, Fundaciones, Iglesias, grandes empresas editoras y, cómo no, bancos de depósito. Esas entidades se verían muy afectadas por la quiebra de los Fondos de Alto Riesgo. Con el pretexto demagógico del peligro de desempleo y de las hipotecas basura, todos los medios, conservadores o progresistas, apoyaron el plan inicial de Bush. Las bolsas suben ante la noticia de cualquier tipo de intervención estatal, y bajan si se retrasa. No confían en su propio mercado bursátil. Lo que importa destacar ahora es el prejuicio político de los que aprueban o condenan dicho Plan (mejorado en la propuesta que el Congreso ha rechazado) por razones ideológicas, como si existiera una teoría económica de carácter científico, de valor universal y permanente, que no haya sido concebida para cada coyuntura histórica de la economía. Cuando el capital agrícola dominaba la actividad económica, se fraguó la doctrina de la fisiocracia. Cuando el capital comerciante tomó el relevo, Adam Smith creó la teoría de la libertad de mercado, autorregulado por su mano invisible. Cuando la mano visible del capital industrial imponía las reglas del mercado, Saint Simon inventó la tecnocracia, y Carlos Marx el control del proceso productivo por el Estado. Cuando los ciclos expansivos o depresivos azotaban la economía internacional, Keynes creó las nociones contables de la macroeconomía, para no ahorrar, invertir y endeudarse en tiempos de depresión. Desde que el capital financiero domina al industrial, no hay más política económica que la monetaria y la fiscal. El Plan Bush es monetarista, pues aumenta el capital circulante, y es fiscal, pues también crecería la receta impositiva, si no se emite nueva moneda. Nada tiene esto que ver con el socialismo financiero ni el capitalismo social. La visión de la crisis financiera es distinta en EEUU y Europa. Allí hay democracia, es decir, separación de poderes. Aquí no. Ocho años de Bush han propiciado la burbuja financiera, la hipotecaria y la actual crisis crediticia. Es normal que el legislativo haya rechazado su Plan de rescate para la oligarquía bancaria. Mientras aquí, Sarkozy lo apoya y pregona la necesidad de refundar el capitalismo sobre bases éticas, partiendo de cero. No quiere saber que no hay capitalismo salvaje, sino ánimo de lucro sin reparos morales, si los gobiernos no ponen límites a su libertad de acción.