El Patxibus (foto: Patxi López) Si la solución marxista a la miseria humana estaba basada en una utopía, que, cuando aplicada literalmente a la realidad, mudaba en pesadilla, el Estado de partidos actual mantiene latente el totalitarismo pero ha despojado a la sociedad de aquel elemento utópico que podría aún convertirse en motor de liberaciones. La teoría marxista eliminó la diferencia entre sociedad y Estado, de tal modo que ahora exclusivamente las relaciones sociales, en último término ancladas en lo económico, deciden el futuro político de la sociedad. Una vez desarmado el complejo capitalista, y tras un breve paso por la dictadura del proletariado, reinaría la sociedad feliz sin clases, libre por fin. Al haber suprimido de golpe la lucha entre la sociedad y el Estado, el marxismo daba, sin quererlo, el poder absoluto a éste pudiendo hacer propaganda de lo contrario. En la partitocracia la lucha entre la sociedad y el Estado también queda descartada porque los partidos se han hecho los exclusivos amos del poder, y la sociedad está condenada a participar vicariamente de las migajas que caen desapercibidamente de su mesa. Y por supuesto pueden también hacer propaganda de lo contrario: enhorabuena a todos, vivimos en una democracia (social, liberal, lo que sea, ¿qué importa?). Aquí los partidos no representan a la sociedad no sólo porque no podemos elegir directamente a nuestros representantes, sino porque la pluralidad de ideas que advertimos en la sociedad se enroca más y más en ideologías indistinguibles las unas de las otras. ¿Puede alguien explicarme qué hay de verdaderas ideas en una campaña electoral? La derecha es cada vez más socialista, el socialismo cada vez más reaccionario; y ambos se empujan hacia un centro tan carente de ideas como en sí de existencia. No es casualidad; es la consecuencia necesaria de la lógica partidocrática. De ahí que se haga precisa no ya una reforma (a saber, otro infame capítulo del culebrón de la Transición), sino una ruptura democrática con todas las letras, en la que la parte más activa de la sociedad denuncie la incapacidad del régimen para instaurar un sistema político en el que sea posible el control del poder. Éste, no debemos olvidarlo, proviene en último término de la sociedad misma contra el Estado, al que le pide las cuentas.