Antes de la aleccionadora experiencia, las falacias de Zapatero sólo lograban engañar a quienes tienen el discernimiento nublado por sus propios deseos e intereses. Del relato inverosímil de la benevolencia de un gobernante que florece en el cinismo ambiental de la voluntad de poder no podemos extraer la moraleja de que “la “bondad es la mejor fuente de clarividencia”. El milagro creador de la posibilidad de la conciencia del bien y del mal, el lenguaje humano, está siendo destrozado sin piedad por una clase política que se empeña en sofocar la conciencia moral, bastardeando los conceptos y manipulando la inteligencia de las palabras para disimular su falta de escrúpulos. Tras su renuncia, Zapatero nos consuela con el placebo de “las primarias” que “dan seguridad a los ciudadanos porque a la sociedad le gusta que elijamos democráticamente”: pero sin libertad política colectiva no hay ni la más mínima garantía de seguridad. Sócrates se resistía a concebir que un hombre obrase mal a conciencia, deduciendo de ello que el malvado lo es por ignorancia. De ahí que, cuando se defiende en el Areópago, no sea para salvar su vida, sino para impedir que sus jueces cometan una injusticia, puesto que quienes hacen el mal están en peor situación que aquellos que lo sufren. El conocimiento y la virtud son indisociables. ¿Qué clase de bien están dispuestos a realizar los que niegan la verdad de la democracia y no paran de tejer sofismas? La bella expresión “pesimismo de la inteligencia y optimismo de la voluntad” (que no es original de Gramsci sino de Romain Rolland) no es aplicable a los que, con optimismo de la inteligencia y pesimismo de la voluntad, carecen de lucidez y flotan en la indeterminación moral. Sumidos en la partidocracia, no hay diferencia entre ineptitud mental y medranza oportunista, porque como dijo -esta vez sí-, Gramsci, “inepto en política, ¿no corresponde a bribón en moral?”.