José María Blanco White En la Carta II de Las cartas de Inglaterra nuestro genial don José María Blanco White escribió que la máxima principal del sistema político inglés, ya en el primer cuarto del siglo XIX, había llegado a ser el sentido común político de “no obrar mal por sacar un bien”. No era un principio moral, religioso o filosófico, a pesar de ser un principio verdadero desde “la luz de la Religión como de la Filosofía”, era, en cambio, un principio coherente con la lógica de la delegación del poder: si el pueblo tiene el poder de gobernarse a sí mismo, entonces, los políticos tienen que hacer oír y aplicar sus decisiones, por lo que no pueden tener más jefe que sus representados o electores, independientemente de su religión, filosofía ¡o partido! Pero entonces: ¿Qué condiciones milagrosas tenía tal principio “exclusivamente” político que tanto había beneficiado al pueblo inglés y a la misma vez se revelaba eficaz para su estado monárquico? ¿Por qué la monarquía inglesa no era igual que las demás? ¿Por qué el pueblo inglés creía tener democracia y más libertad que el resto de los europeos y, no digamos, que los compatriotas españoles? El español del siglo XXI todavía cree que si los políticos no pertenecieran a una organización jerarquizada o estatal entonces serían más corruptos y deshonestos con ellos. Pero ya en época de Blanco el pueblo inglés, ¡en plena revolución industrial!, demostró que no tiene razón de ser dicho temor político hispano. Blanco White lo aclaraba de esta manera: “Otra (máxima) no menos útil, aunque más peligrosa en su aplicación, pudiera fijarse diciendo que “no es posible lograr ningún bien sin permitir algún mal”. Se refería con ello al bien político que supone la verdadera representación de los electores por parte del político y al “mal” de la apariencia de “desorden social” del vulgo (Mob). Es un bien que merece la pena. Porque una Constitución liberal y democrática que se precie de tal tiene que responder con claridad a la siguiente pregunta: ¿Es posible gozar de una Constitución, y mantener al mismo tiempo al pueblo en la tímida subordinación que sólo es propia de esclavos? Y la respuesta es NO. La democracia no es ni proviene de los “partidos”, aunque sean “partidos democráticos”; tampoco consiste en que los políticos sean de un partido u otro. La democracia consiste en que las decisiones de la sociedad civil sean representadas verdaderamente, a pesar de la existencia del Mob.