Templo hindú (foto: nick_garrod) Belleza universal El arte de la belleza, hoy escamoteado, era y sigue siendo más afortunado para la satisfacción de aspiraciones de elevación espiritual que las ciencias morales, fracasadas en armonizar las relaciones humanas, y que la experiencia del Estado, tristemente repetida en la articulación del dominio político de unos pocos sobre todos. Sólo la religión, como sentimiento expresivo de la relación de los hombres con la eternidad, puede disputarle la excelencia y a condición de que ella misma sea poética. Desde un punto de vista histórico, las verdaderas obras de arte que parecen haber sido apartadas de la gloria estética no son víctimas de la competencia desleal o del fraude mercantil. Pues “donde compiten las bellas artes, mejor que en los juegos, todo es olímpico y sincero” (Santayana). El árbitro que las selecciona no está en los criterios del gusto, demasiado apegados a las convenciones de cada generación cultural, ni en el conocimiento crítico de los expertos, demasiado dependiente del mercado estético, sino en la exclusiva capacidad de la propia obra para mostrarnos, de manera sugestiva o realizada, la verdad intuida o el bien propuesto que no podemos encontrar en otros campos de la vida personal o social.   A diferencia de la política y de la ciencia, la naturaleza del arte de la belleza nunca decepciona y siempre nos consuela. Sea épico, dramático, elegíaco o lírico, el hecho de que el arte de lo bello brote de los instintos, debería ser suficiente para reconciliarlos con las demás aspiraciones del espíritu y con la posibilidad de vivir ideales realizables en otras dimensiones de la vida social. La verdadera obra de arte es, en sí misma, un mundo abierto lleno de ideas, formas, sensibilidades y emociones que los artistas vislumbran a solas con su genio y proponen luego, con su acabada expresión estética, a la sociedad universal de las sucesivas generaciones. De este modo cobra un relieve y realiza una función propia de la mitología. Esa proyección universal de su belleza le otorga la misma importancia social y tanta trascendencia histórica como la religión, la economía, la política, la ciencia y la tecnología. Las religiones hablan a los hombres por medio de templos hermosos y estatuas gloriosas porque la inspiración del arte comenzó como expresión visible de lo divino en lo humano.

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