Me esperan hasta septiembre… (foto: Malage21) Autoridad magisterial La educación pública en España vive el punto más bajo de su historia reciente, tanto en lo propiamente académico como en la formación de la personalidad que nace del trato con los demás, maestros inclusive. En este escenario, que confunde libertad con falta de respeto de un modo tan espantoso, surge la desesperada, pero al fin y al cabo no muy original y esperable, reacción de quienes ven en la imposición de orden la única salida a los problemas en las aulas. Lamentablemente, una iniciativa que ponga todos los acentos en la figura del maestro como soberano de un espacio de enseñanza, no puede dar los resultados apetecidos. La razón es sencilla: la corrupción no es personal, es institucional. Y, por tanto, darle exclusivamente al maestro la responsabilidad de dirimir el conflicto abunda en la irresponsabilidad, mientras que los verdaderos responsables volverán a sus despachos a ingeniar nuevos parches para futuros despropósitos. Esto no significa, por supuesto, que en lo que respecta al maestro las cosas deban permanecer igual. Pero mientras que la política general, forzada por el Ministerio de Educación, sea la de aprobar al inepto y reducir la dificultad del currículo para que “todos tengan una educación”, no sólo se está hipotecando el futuro de los más brillantes, sino que además hace inanes todas las iniciativas relativas a conferir “más poder” al maestro en las aulas. No sólo las torna fútiles, sino contraproducentes. Pues sin verdadero poder para cambiar la situación, el recurso a la violencia por parte del maestro sólo puede estallar en una espiral de histerias. Todo lo cual nada tiene que ver ni con la enseñanza ni con la educación. La idea de que “todo el mundo debe tener una educación” (allí donde un derecho se convierte en obligación) es completamente absurda, pues produce una nefasta igualación que justamente dinamita las bases de una sociedad con intereses y afanes diversos, de acuerdo con las capacidades y disposiciones de cada cual. Y el maestro puede cantar misa: sólo los devotos sentirán la llamada, y los demás preferirían estar en otra parte. ¿Por qué no averiguar dónde?