El parlamento europeo como circo

Parece ser que estamos aún en un punto en el que la sociedad no se ha hartado del reformismo. De esa corriente política que busca hacer cambios estéticos para que el orden establecido permanezca incólume, pero que parezca que el latrocinio ha sido reemplazado por cierta bondad. A modo de cambio de collar y cadenas que atan a la ciudadanía.

Aún se proponen candidatos a clase política a los que, por arte de algún poder misterioso, los ciudadanos acceden a darles un voto de confianza, sin importar las décadas precedentes llenas de reformismo en que no sólo no han cambiado las cosas, si no que han prolongado la agonía.

Pues bien, el árbol genealógico del reformismo va desde Jesús Gil, hasta Alvise Pérez, hasta ahora, aunque parece que es necesario recordar a Rosa Díez en UPyD, Albert Rivera de Ciudadanos, Pablo Iglesias con Podemos, Yolanda Díaz con Sumar… Y así sucediéndose una y otra vez en presentar como alternativa política a la corrupción sistémica unas reformas que enmascaran en verdad otra cruda realidad.

Y es que un partido político no es otra cosa que un conjunto de personas que lucha por conquistar el poder y mantenerlo (Fdez. de la Mora), y que en esa acertada definición no tienen cabida los propósitos de bondad en el reformismo, sino la lucha por el poder cruda y dura, sin moral.

Por esto, los afanes reformistas, por muy buenas intenciones que se proclamen, son en el fondo ambición política de los reformistas, y sostenedores necesarios para la permanencia de la relación de poder del régimen político.

En un sentido documentalista, periodístico si se quiere, puede producir un impacto social la muestra in situ de las prebendas de la clase política en los organismos europeos: que repartan pines, dietas astronómicas o sueldos estratosféricos, y verlo da a la ciudadanía un testimonio veraz de la desconexión real y evidente de la clase política con la clase subalterna.

Sin embargo, es solamente una constatación de un hecho evidente que lleva siendo así durante décadas, y sabido por todos.

Pero detenerse a señalar esas prebendas, seguramente públicas y legales, lejos de crear una conciencia acerca de la magnitud del problema, no es otra cosa que centrarse en cuestiones superficiales.

Tanto es así que justo esta semana se ha desvelado un caso de corrupción en que un lobby agasajaba a europarlamentarios relevantes proveyéndolos de lujo en forma de estancia en hoteles exclusivos.

En efecto, las dietas, sueldos y prebendas de la clase política son una cuestión publicitada, pero la raíz del problema es mucho más profunda: se trata de todo aquello que hace la clase política al margen de la ciudadanía porque ésta está inerme ante los desmanes políticos.

Dada la institucionalización de la mayoría de regímenes europeos en partidocracias, y de la UE en un conglomerado a favor de Francia y Alemania, que tiene a su vez un régimen de elección proporcional, los políticos actúan a favor de su clase y en nula posibilidad de control a esas instituciones conformadas.

Yo no voté a Alvise ni voy a votar hasta que no tenga garantizada la elección de representantes, pero bien podría recordársele que, estando muy bien que señale las prebendas económicas de la clase política (a la cuál él pertenece), puede ser que los que le votaron se pregunten si está más pendiente de las dietas que de los casos clave que afectan al día a día de los ciudadanos, como son las medidas de destrucción del sector agrícola español, y la injerencia disimulada de potencias extranjeras en esos intereses de su nación.

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