El ADN porta la información necesaria para que una célula pueda funcionar. Codifica las proteínas que actuarán como agentes estructurales pasivos o como agentes enzimáticos activos. Dichas proteínas se sintetizan por medio de los procesos de transcripción y traducción, que suelen estar regulados en función del ambiente y las condiciones que rodean a la célula. Cualquier cambio que afecte a las condiciones de la célula, provocará una respuesta a nivel de transcripción y traducción del ADN. Lo sorprendente de todo esto, es la recursividad de estos procesos: el ADN es capaz de modificarse a sí mismo si es necesario. Es decir, el ADN posee la información necesaria para modificar esa misma información, por medio de la síntesis de enzimas específicas como nucleasas y ligasas. El sistema funciona y se mantiene de una generación de células a otras, permitiendo que éstas se agrupen en supraestructuras para dar lugar a tejidos, órganos, y seres complejos. Pero sólo mientras no haya algo que altere la información. La presencia de agentes extraños que modifiquen la información del ADN puede dar lugar a mutaciones y cambios en la función de los genes. Es el caso, por ejemplo, de los virus. Éstos pueden introducir información errónea en el ADN de la célula para utilizarla en su propio beneficio. O los priones, que modifican el producto de los genes, las proteínas. Para que una sociedad funcione y no se autodestruya, debe dotarse de mecanismos de regulación que le permitan funcionar como un todo. Las instituciones que conforman el Estado son las encargadas de llevar a cabo esa regulación, y el código que determina la génesis y formación de las mismas, la constitución. Cuando la constitución es algo ajeno a la sociedad civil, las instituciones estatales también lo son, y el código constitucional sólo porta la información necesaria para el mantenimiento de la clase o estamento que lo introdujo en esa sociedad. Igual que un virus introduce información perniciosa en el ADN de una célula. El código que dé origen a las instituciones del Estado debe provenir de la sociedad civil, para que, de forma recursiva, ésta última se regule a sí misma. Sin un período constituyente que permita a la sociedad civil generar las estructuras necesarias para su autorregulación, la maquinaria estatal permanecerá al servicio de unos pocos, convirtiéndose en un uróboros que se devora a sí mismo. Nucleasa actuando sobre el ADN (fuente: Wikimedia Commons)