Sabía Calipso que la única manera de retener a Odiseo era provocarle el olvido del pasado. Igual que la ninfa del velo, los actores del poder en España invocan la desmemoria para atrapar a sus súbditos, pero las mismas invisibles cadenas con que les atan, les envuelven también a ellos. No habría más que retroceder unos pocos meses para contemplar un ilusionado PP clamorosamente apoyado desde algunos medios. Nada importaba entonces que Rajoy no hubiera sido elegido democráticamente por la militancia, todo versaba sobre la pugna electoral de los “principios y valores constitucionales” que el osado Zapatero había hecho tambalear. Pero llegó el 9-M, y quienes habían puesto falsamente en juego tan alta dote no asumieron perderla. A pesar de su lamento, los españoles ignoraron el peligro que corrían los sagrados “principios y valores”. Y como los afamados líderes de opinión nunca deben descubrir la burda manipulación que les ha encumbrado, Rajoy se convirtió en el chivo expiatorio de tan lamentable situación. Receta habitual: “renovación” del partido, nuevo líder “de consenso” y vuelta a empezar. Mariano no aceptó que le hicieran pasar por mantener la ficción de un fracaso personal que en la realidad del sistema electoral nunca puede producirse. Teniendo ánimos para ello, no ha tardado en encontrar apoyos dando el giro apropiado a un partido en el que el poder de los barones regionales es parejo y acorde con la actual deriva del Estado Autonómico. De esta forma se ha producido la krisis (en sentido literal de “separación”) entre la dirección del PP y su principal sostén mediático. Rajoy percibe haber tocado techo electoral en la identificación pública de su partido con este sector de la opinión. Su análisis le lleva a demostrar independencia para poder mejorar los resultados, y ahí encaja su propia continuidad como jefe del partido tras el Congreso Nacional de junio según los vigentes estatutos. Debe ser consciente de que esta pugna puede desgastarles a él y a su partido, y hacerles perder votos en un primer momento; pero no se dejará intimidar porque, con el camino emprendido, debe estar convencido de que, si resiste, tarde o temprano el periodismo del Régimen se rendirá, como siempre ha hecho, a la necesidad de contar con un partido político como referente; aunque los opinadores profesionales ahora entonen la oportunista letanía de su autoridad moral como médium de la sociedad. Si la krisis se prolonga, los demás partidos comenzarán a preocuparse. El PSOE y sus terminales mediáticas arroparán al desvalido PP. Únicamente si Rajoy no cede, y EL MUNDO y la COPE no terminan de lograr una secesión de los populares u otro partido estatal con el que identificarse, podría desmantelarse la farsa de la defensa partidista de la “nación política” frente a la realidad de una Constitución que destruye la “nación histórica”. Pero esto supondría el apokálypsis, o el “descubrimiento” de la verdad al caer el velo del rostro de Calipso.