Un conocido historiador y novelista se despachaba a gusto contra la monstruosa barbarie de la Ley del Talión, y lo hacía en un libro que pretendía analizar la pena capital desde un punto de vista estrictamente histórico. Mirando el pasado desde su entonces ignota mentalidad posmoderna, fue incapaz de comprender cómo en la citada norma de hace casi cuatro milenios subyacía una razón de justicia: la pena o castigo nunca debe ser mayor que el delito cometido. En casos como el citado, se aprecian en toda su intensidad las malas pasadas con las que puede zaherirnos el jugar alegremente con tiempos y épocas pretéritas. Hoy en día, se cultiva el no-saber en lo evidente con la misma perseverancia con la que se adoctrina sin criterio en lo dudoso. El pasado se instrumentaliza o se construye a la carta aprovechando la ignorancia ajena. En España, habida cuenta del conflicto con los nacionalismos periféricos que el Estado autonómico no ha hecho sino agravar, es especialmente notorio el uso del concepto jurídico-político de “nación”, que algunos pretenden remontar hasta los visigodos en dura competencia, a la contra, con las manipulaciones de los nacionalistas al respecto. Cuando el hecho de una conciencia nacional, generalizada y de tan hondo calado político, resulta dudoso hasta para el señalado año de 1812. Y si no que se lo pregunten a Rafael de Riego, quien, ocho años después, en su periplo por Andalucía buscando provocar un levantamiento para reinstaurar la Pepa, encontró poco más que la indiferencia popular. (Foto: zyrcster) Hasta la persona más influyente del mundo, el presidente norteamericano Barack Obama, se ha servido de tan lamentable subterfugio en su discurso de El Cairo, mencionando, no se sabe muy bien con qué propósito, unas ininteligibles palabras sobre Andalucía, Córdoba y la Inquisición. Independientemente de la verdad o falsedad del señalado como “mito de Al Ándalus”, las relaciones entre judíos, musulmanes y cristianos no tienen absolutamente nada que ver con, ni por tanto aprender de, aquel pasado. En este caso, su guiño y recurso retórico ha hecho pasar a Obama por un necio.