Gary Cooper, en El Manantial de King Vidor Ambición Se habla mucho de ella y qué poco se la conoce. Su análisis terminó cuando la ambición de clase social dominó y orientó las ambiciones personales. Como le sucedió a Descartes, que dicho sea de paso ignoró la ambición en sus Pasiones del Alma, también esta reflexión sobre las ambiciones es inédita, carece de antecedentes. La ambición sin adjetivos no tiene definición positiva, a no ser que todo sentimiento susceptible de ser calificado de ambicioso, desde la mística posesión de Jesús hasta el atesoramiento de dinero, se reduzca en último término a una ambición de poder o de vivir sin miedo. Como en el espectro de la luz solar, cada tipo de ambición tiene su color propio. Esa gradación no la percibió Spinoza cuando negó a la ambición categoría de pasión autónoma, considerándola mero sentimiento que aumenta el de los demás deseos. Pero si toda pasión tiene un objeto apropiado, no será difícil definir la ambición si identificamos los distintos deseos intencionales que la despiertan: deseo de gloria, de excelencia, de codicia, de dominación y de liberación. Ambiciones de crear o de saber, de obrar con pericia o éxito, de acumular o conservar, de dominar y de liberar, que tipifican respectivamente la ambición de autor sabio, de profesión, de riqueza, de poder y de libertad. En este quinteto, la primera y la última son altruistas, las demás son meritorias cuando no degeneran en deseos de fama, codicia o poder. La más peligrosa, la de los tipos libidinosos de la política y del crimen, es la ambición de poder sin control, propia de tiranos, oligarcas y sádicos. La peor, la de dominar los pensamientos mediante el consenso de pensamiento único. La menos digna, la del arribista que ha de arrastrase para subir, adular a los que están un peldaño por encima y humillar a los que ha sobrepasado. Gramsci comprendió la pasión de medrar mejor que los tratadistas de las pasiones. Solo consideró legítimo el medro de los jefes políticos o sindicales si éstos elevan su nivel de vida personal a la vez y en la misma medida en que suben el de la clase social en cuyo nombre actúan. Cada pasión tiene su contraria, la opuesta a la ambición es la modestia. Solo puede despreciar la ambición social quien nada espera y a nada teme. En las antiguas sociedades, la falsa modestia era “la más decente de las mentiras” (Chamfort); en las modernas, la más indecente; en los profesionales, la más imprudente; en la clase dirigente, la más cobarde; y en la clase política, la menos engañosa.

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