Monopolio (foto: eva.in.wonderland) En un país asediado por una crisis económica difícil de superar, con miles de personas que han perdido su empleo o que lo perderán en breve, con la mayor parte de pequeños y medianos empresarios, así como autónomos, sorteando unas condiciones económicas y laborales que únicamente animan al cierre de sus negocios y por consiguiente a la ruina de sus propias familias, de las familias de sus trabajadores y del conjunto de la nación, salta la noticia en la edición digital del diario ‘El Mundo’ de que mediante el Real Decreto 1804/2008 de 3 de noviembre, de prevención del fraude fiscal, el gobierno partidocrático de turno ha tomado una medida de rebaja de la fiscalidad que beneficia especialmente a los grandes accionistas de entidades bancarias así como a sus altos ejecutivos. Esta medida (retroactiva al 1 de enero de 2008) cuya difusión fue nula en el momento de su aprobación, permitirá a los accionistas tributar en el Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas al 18% en vez de al 43% que le correspondía hasta ahora, aligerando de este modo “su pesada carga impositiva”. Aunque indignante, no es sorprendente que vayan apareciendo medidas de este tipo. En tiempos en los que el ejecutivo de cualquier país democrático, por temor a la reacción de su electorado, debe ponerse a trabajar tomando medidas para aliviar la insostenible situación de los ciudadanos que lo han elegido, en nuestro régimen se alivia la situación de aquellas sectores y personas verdaderamente beneficiosos a los partidos, a la financiación privada que les mantiene en el candelero nutriéndose de dinero público y que sostiene la devastadora estructura del Estado partidocrático, sin necesidad de intermediación ni aprobación ciudadana. Por suerte para los partidos, la mayor parte de los ciudadanos de este país, aún no es consciente de esta realidad, de este desamparo al que nos tiene sometido, con puño de hierro, el poder único. Únicamente cuando todos los españoles se pregunten durante un instante quién dirige y de qué modo lo hace, sus destinos, comprenderán que no son dueños de su futuro, del futuro de su país ni de la pervivencia de este, sino que simplemente son espectadores obligados de un circo en el que sólo se les permite pagar una entrada demasiado cara para sus bolsillos. Entonces estaremos en condiciones de cambiar nuestra situación.