A Leonardo Sciascia Tras treinta años del secuestro y asesinato de Aldo Moro, no se ha despejado la oscura trama que le costó la vida. La sensación de transitar por un territorio selvático en el que nada es lo que parece, invadirá al que se adentre en el tortuoso campo de la lucha terrorista, los servicios secretos, los intereses partidistas, la legalidad, la razón de Estado, la piedad hacia un condenado a muerte, la impotencia para salvaguardar la vida de la víctima por las autoridades competentes: todo entremezclado en un magma del cual, es terriblemente difícil aislar conclusiones, pues sus componentes se hallan mutuamente condicionados. Una investigación modesta pero rigurosa, puede empezar por la aparente superficialidad de las declaraciones de la clase política y de los titulares periodísticos. Plagadas de retórica: pero ésta dice, con frecuencia, la verdad. Tal es el objetivo de Leonardo Sciascia en su investigación sobre “El Caso Moro”, la cual, más sintomática que etiológica, se conforma con examinar la forma sin tratar de buscar más fondo que el inmediatamente perceptible en la propia forma. Este modus operandi, que las mentalidades conspiratorias desecharán por “superficial”· es, sin embargo, el mejor procedimiento para descubrir la ideología imperante, cuya primera manifestación la aporta la facultad humana por excelencia, es decir, el lenguaje. Por eso el caso de Aldo Moro es una referencia insustituible para los que pretendan valorar críticamente las posturas y actitudes que tienden a adoptar tanto políticos como periodistas, ante el fenómeno del terrorismo. Sobre todo aquí, muestra la ideología del “consenso” su faz más deplorable, la estigmatización de lo novedoso, de la discrepancia, en nombre, como viene siendo habitual, de la “unidad de todos los demócratas contra el terrorismo”: unidad que nada tiene que ver con la democracia. Por eso no es ocioso observar algunas de las reacciones que produjo el secuestro de Aldo Moro en Roma el 16 de marzo de 1978: El mismo día en que Aldo Moro fue secuestrado, el onorevole Ugo La Malfa, jefe del Partido Republicano Italiano, miembro de la coalición gubernamental, señalaba: “Este es un desafío al Estado democrático. Hay que reaccionar aceptándolo”. Se diría que la primera víctima del secuestro no era el propio Moro, sino el sistema político. Algo que sucede en cualquier régimen: malamente un Estado tolera ser desafiado, no importa si es democrático o no. Todavía recientemente hemos leído al presidente Rodríguez Zapatero sostener algo tan ridículo como “Sabemos que ETA está ya vencida con la democracia, repudiada y aislada por el conjunto de los españoles”. Lo decía poco después de la ejecución de Isaias Carrasco, al cual, la “victoria” de los “demócratas”, de un “Estado de Derecho” que afronta el “desafío” con valentía, no pudo salvarle.