Adán y Eva, por Cranach el Viejo Adán, Eva y Méndez El Edén era un exclusivo club náutico en temporada baja. Cubierto de una solera limpia todo estaba elegantemente dispuesto, como si fuese inminente la llegada de muy principales visitantes, aunque en realidad todavía faltara una eternidad para que aparecieran los primeros holgazanes. La tarde y el sol mediterráneo llenaban las cosas con la quietud tibia del tránsito a ninguna parte. Adán y Eva pertenecían a ese mundo, era su regalo imposible. El camarero sonreía con pulcritud cuando ellos volvían de buscar cangrejos entre las rocas, o de navegar. Jugaban unas manos de cartas, pedían langosta y cenaban mirando el mar y conversando con suavidad. Si la brisa era demasiado fresca, tomaban el helado en la sala central y pedían al maître que encendiera el televisor, aunque enseguida dejaban de seguir la emisión. Pero aquella noche un sindicalista barbudo explicaba ante los micrófonos que la protesta que él mismo protagonizaba encabezando una manifestación no era contra nadie, sino a favor del empleo.   Durante toda la velada Adán y Eva permanecieron silenciosos, muy serios y pálidos. Intercambiaron algunos cortos susurros y se retiraron despidiéndose con la amabilidad de siempre. No acudieron nunca más. Eligieron abandonar el Paraíso; sufrir y ser libres. Comenzar a existir. La protesta a favor, la desobediencia de Estado, expresada por un sindicalista español, había desatado la mayor revolución de la Historia: pasar de criatura a creador diciendo no. Los padres de todo hombre intuyeron que lo creado por una fuerza ajena a la voluntad de quienes participan de esa creación sólo puede ser conservado en estado de absurdidad.   A partir de entonces el club náutico fue severamente reglamentado por aquellos que permanecieron en él para ocuparse de que todo estuviera listo si la Humanidad regresaba. Se hizo necesario institucionalizar el desconocimiento, asalariar a los felices. Como siempre, la ignorancia activa hizo mucho más por la tradición que cualquier formol y el Edén sin utilidad siguió abierto convertido ahora en promesa. Según dicen, a pesar de todo, la luz de la tarde sigue iluminando la vajilla impecable, los manteles y las largas horas del personal.

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