De la forma en que se ha hecho, trazar el paralelismo entre el 11-M y el tan señalado como simbólico caso Dreyfus solamente puede satisfacer el conspicuo ego de Pedro J. Ramírez, en su aparente papel de Zola, pero nunca a la verdad. No se trata aquí de la condena de un inocente en un oscuro asunto de espionaje, ventilada de aquella manera hace más de un siglo en los tribunales militares franceses, sino del asesinato de 192 personas, lo que ya convierte los atentados de Madrid en cosa infinitamente más grave.   El mismo escritor francés lo retrató con estas palabras: “queda demostrado que el proceso Dreyfus no era más que un asunto particular de las oficinas de guerra; un individuo del Estado Mayor, denunciado por sus camaradas del mismo cuerpo, y condenado, bajo la presión de sus jefes”. Frente a la injusta razón de Estado, Zola se rebeló y escribió su alegato J’Acusse, dirigiéndolo precisa y personalmente a su máxima autoridad, Félix Faure, Presidente de la República Francesa. Y tuvo el coraje de mostrarle a las claras el fondo del problema, denunciando que el condenado Capitán de origen judío-alsaciano “no puede aparecer inocente sin que todo el Estado mayor aparezca culpable”.   Pedro J. (foto: Universidad de Navarra) A Pedro J. le viene grande el personaje. Hábil como es para tirar la piedra pero esconder la mano, el Director de EL MUNDO no tiene bemoles para comprometer en su discurso, tal y como hizo Zola, al mismísimo Jefe del Estado, reconociendo con ello que para este tipo de cuestiones en el fondo sucede que no lo hay.   Y precisamente porque, parafraseando al escritor francés, la manipulación oficial, admitida en la Audiencia y el Supremo, ya no puede reconocerse como algo falso sin socavar el Estado de Partidos que sustenta la Monarquía. En su lugar, el Sr. Ramírez guarda sus “opiniones” acusatorias para el vaporoso “tribunal de la opinión pública”, sabiendo que éste nunca podrá concebir que hacer desaparecer las pruebas de toneladas de chatarra de los trenes volados —siendo lo que se le muestra— siempre es algo mucho más fácil que conseguir que se siga admitiendo como bueno —al ocultarlo— el entramado político-institucional que ha permitido hacerlo impunemente, salvo el leve contratiempo para los lacayos de ser señalados por algún periodista. Demos gracias por ello.

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