Familia, sindicato y municipio eran los tres pilares sobre los que se asentaba la «democracia orgánica», aquel eufemismo con el que el régimen franquista intentaba legitimarse.
Es natural que todo régimen político tienda a legitimarse, y todos lo hacen: Corea del Norte, Rusia, China, Cuba, Venezuela o las dictaduras africanas definen a sus regímenes como democracias o repúblicas, todos recurren a ese tipo de etiquetas que denotan cierta calidad de las instituciones, haciendo perder el significado original del significante. Por ejemplo, el artículo 1 de la «Constitución» china, recoge que «la República Popular China es un Estado socialista bajo la dictadura democrática popular liderada por la clase obrera y basado en la alianza de obreros y campesinos». Todo es democracia, hasta las dictaduras.
Es evidente que sería una insensatez comparar el franquismo o las mencionadas dictaduras con el régimen actual español. Vivimos en un régimen de libertades, eso está claro. Pero régimen de libertades no equivale a sistema democrático. Puede haber libertades individuales sin democracia, pero no puede haber democracia sin libertad. Es curioso que si cogemos un mapamundi, y de acuerdo con el pensamiento corriente de los países occidentales, salvo unas pocas dictaduras que hay en el mundo, al resto se les llama democracias. Es decir, democracia es aquello que no es dictadura, y viceversa.
En Economía, cualquier manual básico distingue entre (1) los mercados que tienen competencia perfecta, (2) los mercados en oligopolio y (3) los mercados en monopolio. En cambio, los manuales de Ciencia Política trabajan únicamente dos sistemas o regímenes de poder: democracias y dictaduras, obviando el término oligarquía, que tanto desarrollo tuvo en clásicos como Platón y Aristóteles o modernos como Thomas Hobbes y Montesquieu. Aunque no salga en los libros —en los actuales—, es natural que también existan oligarquías, y es lógico que España pasase de una dictadura a una oligarquía, lo cual también es congruente con la anaciclosis de la que hablara el historiador griego Polibio.
Es mucho más sensato y realista llamar a las cosas por su nombre. En España son las cúpulas de los partidos las que, de una votación proporcional a listas, confeccionan también proporcionalmente las cuotas de poder en el legislativo, ejecutivo y judicial. Tampoco se enseña en las universidades, ni se dice en las televisiones, que hay dos sistemas, el uninominal y el proporcional, ni se espera que se diga, porque un ciudadano bien informado sabría que no hay color entre uno y otro, siendo el sistema uninominal el único que permite la representación política. En España hay una oligarquía de partidos estatales.
Cuando cinco o seis personas confeccionan unas listas cerradas y bloqueadas y el ciudadano no tiene más opción que convalidar las mismas una vez cada cuatro años, sin posibilidad de alterar ni modificar la lista, ni posibilidad de revocar el mandato si el mandatario incumple su promesa, eso en Ciencia Política se denomina oligarquía, porque hay cinco o seis señores que eligen quiénes van a ser los diputados, y después se juntan para elegir quiénes serán los jueces, hasta el punto de que ya nos han acostumbrado a oír que hay jueces «progresistas» y jueces «conservadores», cuando no son directamente antiguos miembros de un partido, nombrados por el mandamás de turno. Como si los jueces no tuvieran que ser absolutamente independientes del poder político.
Incluso hoy en día se coloca sin ningún rubor a los amigos en las instituciones: Agencia EFE, el CIS, embajadas, RTVE, Correos, Indra, consejos de administración de las grandes empresas, fiscal general del Estado, Consejo de Estado, Defensor del Pueblo, Renfe, Tribunal Constitucional, Tribunal de Cuentas, AENA, CNMC, Hispasat y un largo etcétera, duplicando todos los cargos también en diputaciones, comunidades autónomas y la suculenta agencia de colocación de la inane burocracia de la Unión Europea. Un sinfín de instituciones cuyos cargos y plazas son nombrados por los jefes de los partidos políticos, a los cuales medran nepotes y colegas con carné del partido. William Shakespeare escribió que «si los cargos, los grados, las plazas no se obtuviesen por corrupción, si los honores puros sólo fueran comprados al precio del mérito, qué de gente desnuda estaría cubierta, qué de gente con mando estaría mandada». Pero cuando el poder estatal no está controlado por la sociedad gobernada, éste se expande y coopta a familiares y correligionarios que entran en política a «vivir de» en lugar de a «vivir para», esa es la política española.
Los partidos políticos han pasado de ser el medio por el que la sociedad penetra en el Estado a ser los órganos con que penetra el Estado en la sociedad, no ya para protegerla, sino para controlarla. Pero qué suerte tenemos los españoles, lo llaman democracia.
Mientras los españoles vayan tragando ellos los politicos cada vez se aprovecharán más, sacándolos más impuestos, quitandolos libertades, haciéndolos más infelices con estrategias sucias para contar con su voto cosa que especialmente vemos en el caso de las mujeres en la última decada con políticas especialmente hechas para perjudicarlas pero a la vez para amarrarlas políticamente y lo más paradojico que hasta ellas mismas piensan que las estan ayudando o protegiendo cuando la mayoria acaban solas o en la compañía que los mismos politicos eligen, una pena de país y un futuro bastante negro.
Pues si, Peter, así estamos. Pero torres más altas han caído. Y ningún régimen ha sido eterno. Así que hay esperanza.