Suele decirse que los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla. Tal sentencia expresa, aparte de una concepción cíclica de la misma, la influencia de los sucesos pasados en las actuaciones presentes. Mas hubo un tiempo en el que se creyó que era posible predecirlo científicamente todo, incluido el devenir general de los actos humanos, lo que, para salvaguardar tan erudita apariencia, terminó por convertir el presente en definidor de la conveniente visión del pasado. Ahora, que domina la creencia de que no se puede saber certeramente nada, los campos de batalla entre anacrónicos ejércitos se extienden hacia atrás en el tiempo. La efeméride del 2 de mayo nos permite contemplar uno más de estos lances. Los alarmados por los evidentes síntomas de descomposición patria ?que está provocada por un Régimen que ellos mismos continúan defendiendo, al reducir constitucionalmente el hecho nacional a un programa de partido estatal?, reaccionan conmemorando la pretérita insurrección, pudiera pensarse que con ánimo de construir un mito refundacional. Pero no pueden obviar la realidad: el valeroso y popular levantamiento contra los franceses, que terminaría extendiéndose por toda España, demostrando el irrefutable hecho de una “conciencia nacional”, no política, sino aglutinante contra la invasión extranjera, ha devenido, dos siglos después, en fiesta autonómica. Monumento a los Caídos (foto: Charmille) Lo anterior no pasa de ser una lamentable contradicción que dispersa las energías de lo esencial para recuperar la dignidad nacional, que no puede ser más que acabar con la Monarquía autonomista de Partidos estatales. Pero lo inaudito en todo este asunto, es que el Gobierno y el mismísimo Presidente, en vez de ponerse al frente de la referida conmemoración, ¡se atreven ahora a reivindicar el papel de los afrancesados! ¿Se imaginan ustedes al Presidente de la República Francesa o al Primer Ministro británico colocándose en el trance de ser acusados de avalar pasadas traiciones? Pues en España, la sectaria oposición partidista sobrepasa tales extremos. El desdén de Zapatero por la Nación no lo descalifica: o se invalida la estructura institucional del 78, o se aceptan sus resultados. No hay invasión extranjera alguna, son los partidos los que han ocupado el Estado; lo que vivimos, sus consecuencias; y la “conciencia nacional” para combatirlo debe ser “política”.