M. Blanchot y E. Levinas La novela Crimen y Castigo (1866) de Dostoievsky es acaso la primera en la que aparece elaborado el problema de la confusión entre categorías mencionado en un artículo anterior (*), cuando el personaje principal Raskolnikov responde al asco que le produce la figura de su casera con su asesinato, que justifica mentalmente como de necesidad higiénica. Aquí está condensado todo el problema del nihilismo, que tanto preocupó a Nietzsche, y que ha marcado los designios de la historia europea subsiguiente. Nietzsche mismo no salió de sus parámetros. Pues el problema aquí consiste en que el sentimiento visceral y subjetivo de un individuo aspira a imponerse como modelo universal de conducta. Aunque Nietzsche arrojó grandes luces sobre la génesis de ciertos sentimientos morales, lo cierto es que nunca salió de sí mismo, como el Raskolnikov del asesinato, para comprender que no sólo pueden contar éstos en una evaluación que aspire a cierta universalidad. Desde la adolescencia me he preguntado si esta conexión entre Nietzsche y Raskolnikov explica el modo en que, según se cuenta, Nietzsche se volvió loco, pues reproduce con exactitud el sueño que este último tiene en un parque poco después del asesinato. Lo que no deja de ser cierto es que el nihilismo tiene ambos pies metidos en la subjetividad, cuya exclusiva cerrazón conduce al desastre. Aquí entra el sujeto amoral del que habló Gide, como si la altitud intelectual o estética nos eximiese de responsabilidad moral ante el otro. No es extraño, pues, que fuesen pensadores como Emmanuel Levinas o Maurice Blanchot, en la tradición judía –que pone al Otro como lo primordial–, quienes combatiesen el subjetivismo latente en Heidegger, un nietzscheano: lo ético es prioritario sobre la ontología. Por volver a Raskolnikov y la mezcla entre categorías. Su pretendida superioridad le llama a matar a la casera. Pero un crimen tan patente es confundido, gracias a una subjetividad acrecentada que ahora lo domina todo, con una necesidad moral de inspiración universalista. Traspasada al plano social, no es otra la justificación del genocidio perpetrado por los nazis. Y, en la situación política europea contemporánea, empujada además por los viles intereses de la guerra fría, el crimen se sigue tomando como error y viceversa.