La peluquería es el ágora de nuestro tiempo, pero sobre los peluqueros ha caído del Papa argentino un mandato de silencio en lenguaje de Laclau:
–Los chismosos y las chismosas son gente que mata a los demás, porque la lengua mata, es como un cuchillo. Tened cuidado, el chismoso y la chismosa es un terrorista, tira la bomba a los demás y se va tranquilo.
Al decir de William James (ya saben, el filósofo de Garrido: “lo verdadero es lo útil”), el cerebro humano es una organización como de pelos de punta, algo entre Pitingo y Don King, que es como se queda uno ante la teología de garrafón de Bergoglio mandando a callar a los peluqueros.
Antes de que Bergoglio ordenara silencio a los peluqueros (en coincidencia, por cierto, con el cierre de Twitter al opositor venezolano Franceschi decretado por el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición del Estado de Derecho Global “que con tanto trabajo nos hemos dado”), los juristas ordenaron silencio a los teólogos, y los tecnócratas, luego, a los juristas.
–Es el tiempo y el lugar del silencio –anotó un jurista prodigioso–. No necesitamos asustarnos de ello. Mientras callamos, meditamos sobre nosotros mismos y sobre nuestro origen divino.
Al contrario de Bergoglio, Chesterton, que sí cree en Dios, defiende el cotilleo, “noble palabra que incluye el nombre de Dios y de uno de los más generosos y simpáticos lazos de parentesco que se establecen entre los hombres”: de “godsibb” (God, Dios, y “sibb”, padrino), que designaba al padrino en el bautismo, procede “gossip”, cotilleo.
Reduciéndolos al silencio del callar, el progre Bergoglio tiene de los peluqueros la misma consideración que el reaccionario Burke, el del discurso de Bristol, fundante del antidemocrático dogma liberal según el cual un diputado no representa a su distrito, sino a toda la nación, con dos… testes, que tanto gusta en España.
Para Burke, como para nuestros liberalios, peluquero, vendedor de velas de sebo y demócrata, “misma cosa” (mala).