Portada del libro publicado por Godsa en 1976
Alfonso Guerra decía en octubre de 1978 que Suárez y compañía, “a la fuerza, ahorcan“, habían “cabalgado hacia las praderas democráticas“. Que bastaba consultar la prensa y los documentos de 1976 y comienzos del 77 para comprobar que el Gobierno “se situaba hoy sobre muchos presupuestos que entonces negaban.”
Consultada la prensa se observa lo siguiente:
“Sorpresa generalizada” fue el titular más repetido el día que se anunció el nombramiento de Adolfo Suárez como el segundo presidente de la Monarquía de Franco, tras la dimisión forzada de Carlos Arias.
Todas las personalidades políticas opinaron al respecto. Para unos fue un error de Juan Carlos poner a ese joven que había sido secretario general del Movimiento. Para otros un acierto, sobre todo si le comparaban con el “desastre sin paliativos”, que es como Juan Carlos dijo que no había dicho sobre Arias. Todos decían quedar a la espera para ver si ese señor duraba dos días o facilitaba el paso a la democracia.
Antonio García-Trevijano lo tuvo claro ese 4 de julio, pocas semanas después de salir de prisión: “… significa el intento del Sistema de reconducir el pacto que a través de Carrero Blanco se estableció en la segunda mitad del Régimen franquista, entre la burocracia política del Régimen y la burguesía financiera interpretada políticamente por los hombres del Opus Dei. Ante la crisis económica actual y ante el fracaso de la política reformista de Arias-Fraga, es natural que por instinto el Régimen vuelva al soporte político que tuvo durante la época del desarrollo económico. Desaparecido Herrero Tejedor, el hombre más representativo de esta síntesis falangista-opusdeista es sin duda don Adolfo Suárez.”
Trevijano ya había pronosticado que el elegido sería un hombre más joven que Juan Carlos y que no hubiera tenido autoridad sobre él en el pasado, pero lo que vio como nadie fue que Suárez representaba el franquismo puro, que ya venía transformándose desde finales de los años 50. Más que un reformista, lo que Suárez traía era el continuismo y la traición. Si Franco fue restando protagonismo a la falange y a los principios del 18 de julio, Suárez no tuvo reparos en traicionarlos. Esos son los presupuestos que Suárez abandonó para situarse con los socialistas en las nuevas leyes fundamentales de la monarquía, para regocijo de Guerra y desgracia de los españoles.
Pocos días antes de que Fraga mandara a Carabanchel a García-Trevijano, en los últimos días de febrero de 1976, se publicó el “Libro blanco para la reforma democrática”, con 80.000 ejemplares de golpe. Era el sesudo proyecto reformista que impulsó el conocido ministro de Franco y que también fracasó.
Manuel Fraga había creado “Reforma democrática”, al amparo de la Ley de Asociaciones Políticas de Arias (1974), y unas “Comisiones de Estudio” a las que encargó el parto del libro antes citado.
Reproducimos varios fragmentos, los únicos que se refieren a las reglas de juego en sus casi 500 páginas.
Fragmento del libro publicado en 1976
Fragmento del libro publicado en 1976
Aunque cometa inexactitudes impropias de un ex-embajador de España en Londres, como la de hablar de sufragio universal sin detallar la elección de representantes, el trabajo sobre las ideas reformistas de Fraga que elaboraron entre un centenar de personas organizadas en diez Comisiones de Estudio, dejaba claro que sin representación política no había posibilidad de participación de los gobernados. De igual forma, se refería a la separación de poderes como “requerimiento básico para el ejercicio real de la democracia”.
Fragmento del libro publicado en 1976
Llama la atención que dos padres de la Carta Otorgada de 1978, Fraga y Cisneros, tuvieran estos aspectos tan claros. Jorge Verstrynge o Rita Barberá también formaban parte de “Reforma democrática”, germen de Alianza Popular, que aunaría otras tendencias y personalidades como López Rodó o Fernández de la Mora.
Lo que sucedió fue la reconciliación, el consenso, la renuncia de todos los que se quedaron -y de todos los que entraron- a esos presupuestos indispensables, cabalgándonos hacia la ciénaga de la Monarquía de partidos estatales. La reforma democrática concluyó, como era de esperar en cualquier reforma, en la forma según la conveniencia del poder establecido, una partidocracia.