Mezquita de Córdoba Merced a la proximidad geográfica y al movimiento de traducción que emprendió el califa Al Mansur, el islam de los siglos VIII y IX se convirtió en el heredero natural de la sabiduría griega. El apogeo de la cultura islámica y hebrea en la península ibérica trae consigo un esplendoroso renacimiento cultural en la arquitectura, las ciencias, la filosofía y la literatura; en los siglos XII y XIII brillan autores como Maimónides, Ibn Arabí y Ramón Llull, y florecen capitales como Córdoba, Toledo y Gerona. El Estado-Iglesia de Constantino y sus sucesores impidió que la doctrina se dispersase en cientos de sectas, fusionando el poder con la teología en una sustancia inquisitorial: toda crítica a la ortodoxia se vuelve conspiración contra el poder, toda diferencia con el poder, sacrilegio. Ante la pujanza del formidable mundo musulmán que los turcos habían armado, se va formando la imagen especular de una Europa que desde las primeras Cruzadas hasta el sitio de Viena (1532) se unirá alrededor del tronco común de la Cristiandad. Las alusiones de Obama al esplendor de Al-Andalus ponen de relieve una tradición de la que se pueden sentir orgullosas esas sociedades islámicas que, frente a las occidentales, no recibieron las aportaciones del Renacimiento, la Ilustración o las Revoluciones políticas ni se enriquecieron con las transformaciones económicas y sociales de los siglos XIX y XX. Tanto la Alianza como el Conflicto de Civilizaciones son formulaciones inanes. Lo que realmente chocan son las culturas, y en concreto los aspectos culturales regidos por un imperativo religioso, los cuales se van adecuando en grado muy diverso a la evolución general de las costumbres. Actos considerados insignificantes en buena parte del mundo, son abominables en determinados países islámicos: las prácticas homosexuales, probar el alcohol o mantener relaciones sexuales sin el consentimiento paterno pueden suponer amputaciones, lapidaciones o azotes, que en Arabia Saudí, por ejemplo, constituyen un espectáculo televisivo. Lo que en su tierra es la norma (o la creencia) resulta aquí, un delito. La religión a la que se parece más el islam es aquel cristianismo que tuvo que renunciar a imponerse por la fuerza tanto a los no cristianos como a los descreídos.