Si existiese un mínimo de rigor intelectual y de conocimiento de la historia, se podría entender sin dificultad que la aplicación de conceptos modernos, que responden a un contexto temporal distinto, son inaplicables a los paradigmas anteriores. Por eso, utilizar palabras espirituales como el verbo “colonizar”, que convierten en metafísica a lo sustantivo del colono, y pretender aplicarlas al pasado medieval, resulta absurdo y motiva la confusión. El fenómeno colonial, que se produce especialmente en el XIX, y que es una de las principales causas de la ONU, es completamente distinto en todos sus aspectos a lo que aquí estábamos tratando y que se refiere a lo que fueron los condados catalanes y la Marca Hispánica.
En España jamás ha habido una “colonización” ni se puede aplicar ese término. Por ese mismo motivo de la pertinencia temporal y de la realidad material, tampoco se puede aplicar el término “Estado” en el estudio de los siglos X o XII de cualquier lugar de Europa. Más aún, es de difícil aplicación en lugares cuyas lenguas no distinguen entre los verbos “ser” y “estar”, necesarios para comprender el artificio del Estado. “Colonizar” se entiende precisamente a partir del imperio español y nuestra propia historia, y no al contrario. Las tierras y personas que formaron los pueblos del medievo en Hispania, no fueron jamás “colonizadas” porque eso sería un anacoluto, algo que es intelectualmente incomprensible por ser una ucronía.
En la baja Edad Media o en la etapa pre-medieval, durante la transición desde la época romana a las normas propias del medievo, que ligan a siervos y señores, cabe hablar del colonato, una situación intermedia con la esclavitud anterior, pero que desde luego nada tiene que ver con lo que muchos siglos después se ha dado en llamar “colonización” o la espiritualidad del colonialismo. Es imposible explicar la realidad histórica y observar los hechos acontecidos, pretendiendo utilizar conceptos posteriores y que a lo único que conducen es al juicio moral subjetivo del presente con la pretensión de aplicarlo al pasado donde se encuentra desubicado. Y lo que está desubicado, es específicamente lo utópico, lo propio de las ensoñaciones metafísicas que hoy dominan el pensamiento político.
Lo que sí queda de aquello, que fue la forma de comunismo quizás más perfecta jamás alcanzada (al desaparecer casi el comercio y la propiedad, y no haber Estado), es la pretensión actual de que los territorios tengan derechos, lo cual remite a ese concepto medieval de la terratenencia y la titularidad de unas tierras con sus vasallos y bestias.
Además de esta confusión terminológica, que mueve a la gran mayoría de historiadores contemporáneos a constantes errores por su desconocimiento de la materia política, jurídica y lingüística, existe la propia del consenso político hegemónico en España a partir del 78 y que prohíbe e impide literalmente el pensamiento normal en los seres humanos. Donde existe consenso político de una oligarquía, como nos descubrió el revolucionario Antonio García-Trevijano, es consecuente la supresión del pensamiento natural, es decir, libre.
Esto no sucede con el consenso social, que siendo natural y no impuesto de forma coactiva, es algo deseable y causa motora de la civilización.
Mientras que el consenso político conduce a la barbarie y el embrutecimiento social, el consenso social produce una elevación de todo lo moral. Por eso en España actualmente, donde impera el consenso político para destruir el social, tenemos las peores Universidades del mundo, y el paupérrimo nivel académico debería de provocar el abandono en masa de todos los estudiantes, si es que esperan recuperar la decencia intelectual que sus profesores les impiden.
Lo mejor para no saber nada, ser un bárbaro y vivir confundido en esta época de culos y témporas ciceronianas, es acudir a las universidades españolas. Ahí, como en el Congreso de sus diputados, es donde están todos los restos franquistas degenerados de la debacle provocada por el nefasto régimen político del 78.
Del “quod natura non dat, Salmantica non praestat” hemos llegado a “lo que no es natural, el Estado lo fabrica” (para robar y engañar). Así se autoriza y prestigia al idiota y a su idiotez, para que pueda servir bien como vasallo al Estado de partidos. En el actual colonato, se usufructúa la insensatez.
Si la excelencia que producen las facultades universitarias españolas son Pedro Sánchez, Iglesias, Abascal, Casado o Rivera, eso justifica plenamente mi autodidactía.
Y ahora corran… corran todos a votar!