Estimado lector:
‘Cartas persas’ se publica en la revista del MCRC Diario de la República Constitucional, fundada por Antonio García-Trevijano, arquitecto de la teoría pura de la democracia. Inspirada en Montesquieu ―cuya separación de poderes Trevijano llamó «alma de la libertad»―, esta columna presenta a un sheij iraní que observa Occidente con ironía coránica y rigor constitucional. Sus cartas, herederas del espíritu crítico de ambos pensadores, desvelan las falsas democracias donde el poder se disfraza de ley. Al final se incluye un glosario de términos.

Cuando Occidente vende hielo y compra espejismos

Sobre la farsa de congelar conflictos en canastas y patinar sobre cadáveres.


Querido hermano bajo los cipreses de Isfahán, donde los versos de Hafez laten en las piedras y los mercaderes intercambian azafrán por silencios:

Rumi advirtió: «La paz es el aliento entre dos gritos de guerra». Pero en Bruselas, ese aliento se licúa, se embotella y se vende en máquinas expendedoras de aeropuerto.

En un café junto al Parlamento Europeo —edificio que parece un acuario donde tiburones en traje tragan presupuestos y escupen resoluciones con olor a caviar rancio—, escuché a dos jóvenes debatir si el hockey sobre hielo era un deporte olímpico o un nuevo protocolo diplomático. «Putin y Trump lo patentaron», aseguraba uno, con la vehemencia de quien confunde likes con sabiduría. El otro, mordiendo un croissant de almendra (harina francesa, almendras españolas, culpa globalizada), replicó: «Al menos es más entretenido que la ONU». Así opera Occidente: convierte lo sagrado en trivial y lo trivial en píxeles.


Los titulares proclaman un «alto el fuego parcial» entre Rusia y EEUU: treinta días sin bombardear centrales eléctricas. Treinta días. Como si la guerra fuese un contrato de leasing con cláusula de renovación automática. Los estrategas occidentales, maestros en fraccionar tragedias en cuotas, han decidido que la paz se logra en cómodas entregas, como un sofá de IKEA. «Primero, no disparen a los transformadores; luego, quizá, dejen de disparar a los niños», murmuran entre sorbos de cappuccino con espuma de soja (leche de vacas que pastan en campos minados).


¿Y qué mejor símbolo de esta farsa que un partido de hockey entre rusos y estadounidenses? Mientras Yemen se desangra y Palestina grita en un idioma que nadie traduce, ellos patinan sobre hielo artificial —fabricado con lágrimas congeladas de refugiados— y firman acuerdos con tinta fluorescente, visible solo bajo focos de estadio. Es la era del soft power (ese término acuñado por Joseph Nye para definir la influencia cultural, hoy reducido a meme) mutado en farsa power: la diplomacia como espectáculo mediático, donde si no puedes derrotar al enemigo lo invitas a un torneo.


Occidente, experto en «canastas diplomáticas», divide el mundo como un carnicero desmiembra un cordero:

  • Canasta Ucrania: Prisioneros de guerra que nadie reclama, niños que aprenden álgebra contando tumbas.
  • Canasta Mar Negro: Agua que todos envenenan, barcos que navegan sobre mapas borrados con sangre.
  • Canasta Irán: «No proliferación nuclear» a cambio de silenciar bombas en Donetsk. «Compre una tregua y llévese gratis un dron no facturado». ¡Qué ironía! Los persas, que inventamos el ajedrez, ahora somos peones en su tablero de Realpolitik.

Mientras, Israel —ese hijo pródigo que dispara misiles con una mano y recibe abrazos con la otra— acumula caricias y bombas por igual. Trump, el hombre que patina sobre hielo artificial, firma treguas con Putin para posar de pacificador… pero arrasa Yemen para «presionar» a Irán. Ahora, en un nuevo acto de Realpolitik tragicómica, envía una carta al Senado: pide permiso para atacar Irán citando «SJ106» «Ley Pública 107-40» (términos burocráticos que significan, en lengua persa, «vamos a trocear otra canasta»). Es el mismo Trump que vende reactores a Arabia Saudí mientras exige «neutralizar amenazas nucleares». ¿Contradicción? No. En Occidente, la coherencia es un lujo, como el agua en el desierto: escasa, malgastada, y siempre embotellada en plástico de lujo.


Los mongoles creían que un imperio se construía a caballo; Occidente cree que se hace en patines. Pero como enseñó Al-Farabi: «La justicia no es equilibrio de fuerzas, sino armonía de voluntades». Mientras sigan tratando la paz como un reality show, sus acuerdos serán tan efímeros como la huella de un patinador sobre hielo… y su legado, tan frágil como el cristal de sus parlamentos.

¿Cuántas vidas caben en una «canasta diplomática»? ¿Cuántas sombras necesita un imperio para recordar su propia fugacidad?


Wa as-salamu alaikum,
Sheij Yazid al-Rashid


Erudito itinerante cuyas misivas llegan en sobres manchados de té de cardamomo y ceniza de olivo. Su pluma desafía imperios; su tintero, un frasco de lágrimas del Éufrates. Su paradero es desconocido, pero su eco resuena en cada trinchera silenciada.


PD: Para los amantes del léxico occidental:
– SJ106: Resolución que convierte la paranoia en política exterior (se vende en packs de diez misiles y un manual de autoayuda para senadores insomnes).
– Ley 107-40: Estatuto que permite bombardear países si el informe se entrega en Times New Roman 12.

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