Mientras calentaba el aterido corazón con la hoguera y la limoná entrañable del Barrio Cachiporro, Juanjo, el Presidente de la Asociación de Vecinos, siempre activo y emprendedor, nos propuso a Mariángeles y a mí que una plazoleta que recientemente el Excmo. Ayuntamiento había hecho por la Calle Lirio, se llamase “Plazoleta Bartolo”, y que como miembros de la Corporación Municipal apoyásemos esta propuesta del Barrio. Pero, ¿quién sería el epónimo de la nueva plazoleta? ¿Quién fue Bartolo? Pues al parecer Bartolo fue un hombre bueno y débil, cualidades que a nivel moral muy a menudo aparecen juntas. El pueblo, además de admirar a los generales, pintores, políticos, escritores, médicos, hombres de iglesia o deportistas – la mayor parte reliquias de antigua dignidad -, también puede amar a los seres desvalidos que cruzaron por el barrio llenando los rincones de ternura y despertando los más humanos y elevados sentimientos a los habitantes.
Bartolo era un habilidoso y tenaz trabajador del campo, jornalero eficaz y concienzudo, pero que el aloque valdepeñero se le pegó un poco más de lo normal en su siempre sediento gaznate, y dormitaba feliz por las esquinas sombreadas sus sueños benditos, sobre la muelle silla Chippendale de la providencia. También puede haber grandeza en la derrota y el fracaso, y, en ocasiones, como apuntaba Lucano hablando de Catón de Útica mucho mayor y más estética: “Victrix causa diis placuit, sed victa Catoni”. Una sabiduría acásica de paz le inspiraba el vino tinto-blanco de Valdepeñas. Dios hizo el vino y el diablo los bodegueros. Et Deus nobis haec otia fecit. No siempre los “grandes hombres” concitan en el corazón sabio y profundo del pueblo esos excelentes sentimientos que generó “el hermano” Bartolo en las buenas gentes de Cachiporro. Yo las entiendo perfectamente, porque quizás en los ejemplares más indefensos del pueblo late la llama más pura del pueblo, aquélla que encarnó como ninguno hace veinte siglos el Hijo de Dios. Bartolo conversaba siempre de corazón a corazón, inspirado en ese don de la ebriedad.
Es posible que el gobierno municipal no vea en el dulce y desdichado Bartolo un ejemplo para seguir, vagabundeando por ahí al sol, en “dolce far niente”. Y, sin duda, tiene razón, puesto que nadie quiere imitar la vida de los seres desgraciados y derrotados por esa propia vida, pero es que ellos en su asfeterismo total, en su inopia evangélica, los viste Dios como a los pajarillos y a las flores del campo. También son, a su modo, “trofeos de grandeza” para sus pueblos o para sus barrios. Los judíos cristianos ebionitas heroificaban a estos “bartolos” como los verdaderos hijos de Dios. Y siempre es bueno ver ebionismo entre los vecinos de un barrio. Y, además, es ya insólito presenciar estos cariños populares en un mundo cuyo único objetivo es el triunfo personal, la gloria particular, caiga quien caiga.
Pacíficos tímidos que empinan el codo ante un mundo despiadado e implacable. Mi reino por un trago. Facciones de deseo saciado tras recibir el santo jornal en la bodega.
En la noche violeta caminaba zigzagueante bajo un reino de insólitas estrellas.
– ¿Cómo estás, Bartolo?
– He pillado un resfriado en el parque. La verja o cancilla estaba abierta.
Yo espero que nuestro Alcalde, que cantó en su día como joven poeta inspirado al “hombre cualquiera”, frente a “caballeros con chistera / Recortes de estampa antigua / Figuras de porcelana”, sea sensible a estas delicadezas de la epidermis humana que nos solicita el bueno de Juanjo, y haga posible el noble deseo de unos buenos vecinos. Sin duda nuestra epopeya local está todavía sin escribir, y en ella Bartolo ocupará un lugar destacado.