Lo dijo Tom Paine, que no conoció nuestra Santa Transición (por lo cual acabó, el hombre, pimplando): “Los gobiernos están establecidos sobre principios falsos y emplean después todo su poder en ocultarlo”. Y acaba de actualizarlo Steve Bannon:
–Todo esto va de soberanía.
Pero la “soberanía popular, única e indivisible” de la charlatanería revolucionaria francesa que puso imposible la democracia (la división de poderes) en Europa es un principio metafísico felizmente ignorado por los “Founding Fathers”.
Ese principio era un pelotazo chicotudo a base de “imperium” y “dominium” romanos, señorío feudal, teorías de la propiedad, escolástica del XIII, protestantismo del XVI y enciclopedismo del XVIII. Lógica sin fundamento (que la soberanía es una voluntad, es todo su fundamento).
–Una ley (la ley del soberano) que es tan sagrada, tan inviolable, que el ponerla en duda solamente es un crimen –dirá el as de los imperativos, Kant, faro de Occidente–. No parece que proceda de los hombres, sino de algún legislador supremo e infalible.
Lo bueno de estas entrevistas que salen aquí con Bannon es que dejan ver lo poco que los americanos saben del sistema europeo que nos impusieron como ejército vencedor, y lo poco que los europeos saben del sistema americano, al cabo de casi tres siglos de contrapropaganda igualitarista.
En Bruselas la cosa va, en efecto, de soberanía, y la última controversia semejante fue en Bizancio, con el lío de la Trinidad, relatado por Gibbon, y los abogados a palos, unos por el “homoousios”, o “consustancialidad”, y otros por el “homoiousios”, o “semejanza en sustancia”. O sea, la democracia (la democracia es conflicto, que se dirime por mayoría y minoría), si estuviéramos en América.
–¿En América estamos divididos? Pues fantástico. Eso es la democracia –resume, con razón, Bannon, que admira a Ocasio-Cortez (camarera antes de ser congresista), que le ha descubierto la nueva necesidad republicana: más camareros y menos abogados.