El concepto de «lo político», de acuerdo con Carl Schmitt, designa «el grado extremo de intensidad de una unión o de una separación, una asociación o una disociación».
Lo político contiene el problema, puesto que incluye el conflicto, pero también es parte de la solución, ya que puede moderarlo. Así, a modo de las dos caras de Jano, tiene un rostro conflictivo y otro ordenador: «Estado y revolución, Leviatán y Behemoth, ambos siempre están presentes y potencialmente siempre están activos». La República Constitucional de Antonio García-Trevijano se encarga sobre todo de explicar la solución de cómo controlar a la oligarquía, única forma real de gobierno de acuerdo con Gonzalo Fernández de la Mora.
Pues bien, ante la inexistencia real de las cínicas teorías contractualistas del Estado —ya que nadie ha suscrito un contrato ni expreso ni tácito—, la única forma de que el Estado pudiera llegar a ser una «asociación» es que la Constitución deje de ser una carta otorgada; instaurando la libertad política colectiva mediante la representación verdadera por diputados de distrito con mandato imperativo y la separación de poderes en origen, con distintas elecciones para el ejecutivo (gobierno) y el legislativo (nación), de acuerdo con la libertad constituyente, es decir, la de todos.
Pero para ello es necesario previamente alcanzar la hegemonía cultural de la libertad política colectiva. Y la asociación para la realización de las acciones pertinentes y oportunas para conseguirla.
Una oligarquía sin control es una mafia dirigente impuesta, en nuestro caso, mediante el reparto consensual del botín tras la ratificación de las listas de partidos estatales. Sólo permite la servidumbre.
En cambio, la oligarquía controlada, a través de los mecanismos de la República Constitucional, es «asociacionismo» de verdaderos ciudadanos, que eligen de verdad a representantes de verdad, controlándolos e incluso deponiéndolos en cualquier momento, si así lo consideraran los representados.
La relación existencial de amigo-enemigo es inexorable. Lo político no puede ser eliminado. Siempre va a gobernar una oligarquía. Pongamos la intensidad en la asociación con el fin de poder controlar «la asociación». Como en el Bolero de Ravel, que es casi imperceptible al comienzo, pero va definitivamente in crescendo.