Leemos que Sánchez dispone de una Brigada Fúnebre para cambiar de colchón a Franco contra las leyes divinas y humanas. Las divinas se resumen en una “oración poética y melancólica” (Santayana) que tiene la iglesia: que las almas de los fieles difuntos descansen en paz. Y las humanas pertenecen a eso que los tautólogos y demás demagogos psitacoideos llaman “Estado de Derecho”.
La crueldad de Sánchez consiste en colocar al frente de su Brigada Fúnebre al funcionario más elegante de España, Pérez de Armiñán, heraldo del Consenso y jefe de la cosa del Patrimonio, visto en Cuelgamuros con el metro y el jaboncillo, como el enterrador de “El forastero” midiendo a Gary Cooper en el bar del juez Roy Bean, la ley al Este del Pecos, espejo del tal Sánchez.
Armiñán es derecha culta (redactó la ley del Patrimonio) y sentida (con algún pariente en Paracuellos) que seguramente se emocionó con los versos de Whitman (¡el poeta del hombre medio!) con que Ónega, el relator del Régimen, acompañó al general a su tumba en Cuelgamuros (una disposición real). ¡Los famosos “restos cadavéricos” de la Notario Mayor del Reino, en posesión del “certificado de defunción de Franco” que hizo de su amigo Garzón un juez a la altura histórica de Marshall o Coke!
Al cutrerío sanchista Armiñán aporta un toque Tourneur. Todo en una mezcla de cuento de Antonio Ozores y “The Comedy of Terrors”. Ozores, nuestro Topor, hizo el cuento del abogado del estado que se quedó para siempre en cuclillas por comprarse unos tirantes demasiado pequeños. “Moraleja: mira con mucho cuidado al comprarte unos tirantes porque puedes acabar en la NBA”. O reordenando los muertos del Patrimonio, cuyo reparto en la nueva comedia sería: Sánchez, Vincent Price; Calvo, Joyce Jameson; Marlasca, Boris Karloff; de Peter Lorre, el Astronauta, levantando la losa con los marcianos que movieron los “moai”; y de Basil Rathbone, soltando soliloquios shakespearianos, Armiñán.
Luego, si la cosa sale bien, al Escorial.