A Periodismo, en los 70, se iba con la idea de escribir un día en un periódico para pagar el piso donde escribir la Novela con que uno mandaría a Dostoyevski, ese pobre hombre que escribía “Dios” con mayúscula, a alquitranar carreteras.
Pero en Periodismo te ponían a leer a McLuhan, que en su “Galaxia” contaba que el concepto de “autor” fue un invento de la imprenta, pues antes de ella todos los escribas eran Sánchez, es decir, anónimos, y ninguno se molestaba en “citar”.
–No tendremos civilización en tanto que las obras, anónimas, no puedan ser atribuidas indistintamente a cualquiera de nosotros –dijo D’Ors (único que habló) el día de los “Cinco minutos de silencio en recuerdo de Mallarmé” en la puerta del Botánico.
El Medioevo, pues, en su versión ágrafa, ha llegado y recibe el nombre de “sanchismo”, en homenaje al hombre que en español habla como copia, con lógica de niño (de prever, “preveyéndola”, de desdecir “desdecido”, etcétera), razón por la cual sus flabelíferos defienden que Sánchez lo que habla bien es el inglés, lengua, precisamente, escogida por la policía de Ucrania para dirigirse a un socio del Real Madrid que en mayo acudió a la final de la Champions League.
“El anónimo como cala y cata del espíritu español”, tituló Pemán uno de sus deliciosos artículos:
–El pudor del escritor suele ser la retórica. El del público, el anónimo.
En el sanchismo se han invertido los términos: la retórica suele ser del público, y el anónimo, del escritor. ¡Anónimos de autor!, y que Duque, el único lunático del gobierno con título de tal, nos ate esa mosca por el rabo.
En América, Slim, que se compró el NYT para vender “democracia” en la única democracia del mundo, publica el artículo anónimo de un anónimo funcionario golpista de la Casa Blanca que hace tilín a Lévy, el Aristóteles de Sarkozy, pero allí aún no han llegado a los “manifiestos anónimos” de España, donde nadie, por cierto, sabe a dónde vamos. Sólo que vamos en vanguardia.
Publicado en Abc.