William Wordsworth Los ecos del nihilismo y la confusión generalizada vienen oyéndose ya desde hace por lo menos dos siglos. No eran sólo las voces de los anti-modernos, sino un sentimiento general de inquietud el que movía muchos corazones. Su razón de ser es compleja, múltiple, pues no sólo el escenario tecnológico estaba cambiando rápidamente la faz de la tierra, sino también el lenguaje, las costumbres sociales, el Estado, el intercambio comercial, la filosofía, el arte. No es de extrañar, pues, que las mentes más perspicaces detectaran hasta qué punto tales transformaciones, quizá por ser tan repentinas, podían jugarnos malas pasadas: “Una multitud de causas, desconocidas en tiempos pretéritos, está ahora actuando con sus fuerzas combinadas para confundir la capacidad discriminatoria de la mente, y, procurando dejarla inapta para todo esfuerzo voluntario, reducirla a un estado de torpeza salvaje” (Wordsworth, Baladas líricas). Y desde entonces ha pasado casi de todo. En concreto, la experiencia del totalitarismo europeo ha roto los moldes de todo lo concebible. Los infiernos ideados por las mentes religiosas más sobresalientes (o más enfermizas) no llegan siquiera a rozar lo que ocurrió de hecho. De ahí que apenas lo reconozcamos todavía; de ahí que la atmósfera siga hoy tan concentrada en aires fétidos… como los que despiden los cuerpos calcinados tras una explosión. Nuestro mundo político sigue en el limbo de un desastre que no comprende en su verdadera esencia, y de unos ideales difusos, enclenques, arbitrarios, al fin bastardos, dejados en las arenas del más absoluto relativismo. “Ah –suspiramos– no puede hacerse más. Todos los políticos son iguales; el sistema está corrupto. Lo sabemos (pero también sabemos justificarlo). Que lo resuelvan otros. Confiamos en el futuro”. Y dicho lo cual, con una reveladora mueca, vuelta a las tareas del día. Mas todo esto es una fase pasajera. Pues los que vieron el peligro también sabían que una salida feliz de las dificultades era posible. Otra vez Wordsworth, en su autobiográfico Prefacio: “Reflexionando sobre la magnitud del mal generalizado, me oprimiría una -por otro lado en nada deshonrosa- melancolía si no tuviese una profunda impresión de ciertas cualidades inherentes e indestructibles de la mente humana, e igualmente de ciertos poderes en los grandes y permanentes objetos que actúan sobre nosotros, también inherentes e indestructibles”.