Publicaba el lunes, 14 de diciembre, Jordi Évole, popular entrevistador y comunicador (y que dirige un programa que dicen que tiene mucha audiencia en la cadena de televisión La Sexta) un artículo con el título: “¿Y si además de protestar nos da por votar?” donde de forma indirecta, aunque bastante explícita, solicita la participación de sus compatriotas en las votaciones generales del 20D. Semejante pregunta, por inapropiada, merece una contestación que, además, pueda servir para contestar algunas de las preguntas que muchos de los inscritos en el censo ‘electoral’ tal vez se estarán haciendo en estos días previos a la recogida de las papeletas, por medio de las urnas. Comencemos pues.
Si no voto ¿podré después protestar y exigir cuestiones políticas al estado?
Definitivamente sí. Al contrario de lo que, de forma masiva, se difunde desde la casi totalidad de los medios de comunicación españoles y por supuesto, desde todos sus partidos estatales, el hecho de abstenerse, de no participar en la ceremonia de los votos, supone una protesta activa y evidente a las reglas de juego pactadas y que son la causa de la flagrante corrupción económica y moral actuales.
Los efectos de este régimen son numerosos y manifiestos (empobrecimiento de las clases medias, niveles alarmantes de paro, desahucios, un tejido empresarial no productivo y con ausencia casi total de emprendimiento e innovación, pérdida de hegemonía cultural y política a nivel global, etc). Del asunto se habla continuamente en casi todos los periódicos y medios televisivos, pero en ninguno de ellos se abordan las causas (que se evitan por motivos evidentes).
Abstenerse en el ‘juego’ de los votos nacionales, no solo es necesario sino que debe ser un ejercicio de coherencia frente a la corrupción. Si votas, después no te podrás quejar de los efectos producidos por este sistema, no democrático, ya que habrás contribuido con tu papeleta, a sostenerlo.
Pero ¿no es cierto que es un deber el ejercitar el derecho al voto en una democracia?
En primer lugar, y siendo objetivos, España no es una democracia. Sus reglas de juego no son las de una democracia formal donde, por definición, el poder reside en el pueblo. España es un estado de partidos o partidocracia si se prefiere. El poder reside en los partidos políticos, facciones estatales, financiadas todas ellas por el Estado y por tanto, sometidas al consenso de una oligarquía política de jefes de partido.
En segundo lugar, votar no es un deber sino un derecho. Por lo tanto, y como cualquier otro derecho, obedece a la libertad del propietario del mismo, ejercerlo o no. Un derecho jamás puede ser, a la vez, un deber.
A lo largo de siglos de historia, de enfrentamientos, de idas y venidas y como producto del debate entre cientos de filósofos y pensadores, se han establecido las bases imprescindibles para conformar una democracia. Deben darse como mínimo dos requisitos imprescindibles: representación y separación de los poderes desde el origen (mediante elecciones separadas).
A pesar de que, mediante la propaganda, se difunda y popularice el término ‘democracia’ en todos los medios, escuelas y universidades, el régimen de poder español no es, ni ha sido nunca en su historia, una democracia.
¿Porqué no hay representación en el sistema español?
En España, la sociedad civil (formada por todos aquellos que no son parte de la sociedad política) elige entre las listas de partidos (cerradas o abiertas), creadas por las cúpulas o los dirigentes de cada facción y por lo tanto, como sujeto votante, no puede elegir nada, tan sólo refrendar una serie de nombres impuestos y/o propuestos desde cada una de las facciones que son financiadas con los impuestos de todos los españoles. Esto impide que se pueda elegir a los representantes, personas individuales, que recojan la voluntad de sus representados y así la hagan valer en el debate político, con unos criterios inamovibles y quedando sometidas a un contrato vinculante que las obligue en sus decisiones. Algo que se conoce como mandato imperativo.
Pero estoy cabreado, como dice Jordi Évole, ¿no debería hacer algo?
Por supuesto. Si eres un ciudadano que defiende unos valores morales, y la corrupción y la situación económica actual te producen un profundo rechazo, debes hacer algo coherente con ese hecho: abstenerte. Ejercita tu derecho a NO votar y de este modo, activamente, de forma plenamente consciente y premeditada, expresa tu desagrado e intención de cambiar las cosas. El régimen actual, apoyado por el consenso de todos los partidos, busca la reforma, cambiar las cosas parcialmente, para que finalmente queden de la misma forma que estaban antes. Es decir, defiende mantener un sistema basado en la corrupción y donde la voluntad colectiva no pueda ser expresada en ninguna forma. El estado de partidos acalla la voz de la sociedad civil. Todos los partidos actuales, de forma inevitable, defienden un sistema que legitima su poder y les permite continuar en su estatus actual; una situación jurídica diferente a la de todos los demás individuos que componen la sociedad civil.
Yo soy de izquierdas/derechas, algunos de los partidos dicen representar intereses que coinciden con los míos ¿no debería apoyarlos?
En España no existe lo que comúnmente se denomina izquierda o derecha porque no hay libertad política. Al no existir representación, los partidos, sometidos como están a una disciplina jerárquica interna (y que es inevitable en cualquiera de ellos) tienen intereses que se basan en la lucha de poder y la defensa del estado actual, que alcanzan mediante el consenso, el pacto con otras facciones y de esta forma, pretenden dominar el escenario político practicando, mediante la corrupción, un caciquismo que les asegura una posición de cierto dominio. Ninguno de los partidos es libre en sus decisiones, todos se deben al consenso y a la tutela de la corona que es el origen único de lo que hacen llamar ‘constitución española’. Todos heredan unas reglas impuestas desde unos poderes preexistentes y que amplían la dictadura anterior, otorgando una serie de libertades individuales e invitando a nuevos actores a participar del control del estado.
Todas las personas tenemos ideales y/o intereses particulares que pueden coincidir mas o menos con lo que se ha dado en llamar izquierda o derecha política, y por esto la forma civilizada de expresarlo es mediante la elección de representantes, personas físicas, elegidas mediante una votación (a doble vuelta posiblemente). Los diputados actuales, que son elegidos por los partidos a los que pertenecen, tienen una disciplina de voto y en consecuencia, no están obligados por ningún colectivo civil o ciudadano y si por las directrices marcadas por sus dirigentes, sus superiores en una escala jerárquica.
Entonces ¿que hago? ¿como va a conseguir mi abstención cambiar nada?
El fin primero de la abstención no es cambiar nada, simplemente es la consecuencia lógica y coherente cuando se conoce el funcionamiento de este sistema y se es honesto y fiel a unos principios universales y no ideológicos de convivencia. Pero más allá de esto, la abstención, realizada de forma masiva, en cantidad suficiente (y esto, según diferentes criterios, podría darse a partir de un 60%) privaría al régimen actual de legitimidad, de autoridad moral y, aunque seguiría manteniendo el poder y seguramente gobernando, su situación sería tremendamente frágil y voluble a cualquier evento que se pudiera producir, causando así la quiebra del actual régimen de poder. Una situación deseable y que daría paso a la libertad política colectiva, un periodo de libertad constituyente, en el cual se podría elaborar una constitución que definiera las bases, las reglas del juego y por ello, estableciera la separación de los poderes y permitiera la defensa del individuo frente al poder de las mayorías. Las consecuencias sociales de esto, la democracia material, la situación de bienestar que unos u otros obtuvieran, serían el producto por tanto, de la suma de acciones sus representantes y de sus decisiones; en definitiva, de las ‘jugadas’ que estos realicen dentro de un marco constitucional verdadero que ahora no tenemos.
Si realmente queremos un cambio, no debemos temer que este se produzca y que ello, de forma inevitable, se lleve a cabo mediante una ruptura pacífica con el sistema que actualmente produce los males de los que tanto nos quejamos. Es evidente que debemos cambiar el sistema que tanto daño nos ha causado. ¿Y si, además de protestar, nos atrevemos a NO votar para así poder elegir mas adelante?
Y ahora, corran… ¡¡corran todos a votar!! (si son capaces)