En 2050 un asteroide chocará con la Tierra causando la destrucción de la mayor parte de las especies que la habitan. Aunque en realidad, la certeza de que esto ocurra es sólo del 50%, un porcentaje que irá aumentando a medida que nos vayamos acercando a la fatídica cita. ¿Deberíamos empezar a preocuparnos y buscar soluciones, o dejamos que pasen los años, con el riesgo de que si se confirman las malas noticias no dispongamos de tiempo para evitar la colisión? De todas formas, muchos de nosotros no viviremos para presenciar la próxima gran extinción, así que, ¿qué nos importa lo que le ocurra al planeta? Las beneficiadas, como siempre, serán las grandes industrias armamentísticas americanas, que querrán desarrollar armas nucleares que pulvericen el asteroide, o quizás las grandes farmacéuticas, que desarrollarán una vacuna anti-meteorito que nos inmunizará ante el impacto. El asteroide lleva por nombre cambio climático, y si no actuamos ahora las consecuencias futuras pueden ser (porcentualmente) dramáticas. Siendo el clima dependiente de tantos factores interconectados, con los modelos actuales es imposible tener una seguridad del 100% para predecir los acontecimientos futuros. Se ha establecido un límite de 2° C de calentamiento como el máximo que el planeta debería alcanzar para no sufrir consecuencias catastróficas, aunque ese calentamiento ya traerá de por sí efectos muy graves para una gran parte de la población mundial, especialmente en los países menos desarrollados. Aunque después de Copenhague se llegue a un acuerdo para limitar las emisiones de CO2 a la atmósfera, si entre 2000-50 se emitiesen mil millones de toneladas de CO2 (entre 2000 y 2006 ya llevamos aproximadamente 230), todavía habría un 25% de posibilidades de exceder los dos grados de calentamiento. Si en esos cincuenta años emitiésemos mil quinientos millones de toneladas, la probabilidad estaría en el orden del 50 %. Es decir, aunque redujésemos las emisiones globales al 50% a partir de ahora, la probabilidad de no poder parar el cambio climático es aun muy alta. ¿Quiere esto decir que estamos condenados y cualquier esfuerzo es inútil? Por supuesto que no: el objetivo ha de ser el de minimizar al máximo las emisiones producidas por las economías mundiales. El coste económico se ha calculado en aproximadamente un 1% del PIB mundial. Comparativamente, rescatar a las entidades financieras en los dos últimos años de crisis ha supuesto un 5%. Porque, de todas formas, ¿cuál es la otra opción? ¿Esperar durante treinta años a ver como transcurren los acontecimientos? Si los chamberlains modernos que minimizan los efectos del cambio climático estuviesen en lo cierto (los que sigan vivos para entonces) podrán decir: “ya lo decíamos nosotros”. Si, por el contrario estuviesen equivocados y no se hubiese actuado en su momento, el daño causado al planeta sería irreparable, y habríamos hipotecado el futuro de las próximas generaciones. Actuar ahora en la disminución de las emisiones de CO2 será beneficioso sí o sí, incluso aunque las previsiones no fuesen tan catastróficas. Cada uno es libre de elegir la opción que considere más razonable.