Entre los fracasos de la oposición oficialista y la arremetida represiva del régimen contra la población civil, es fácil caer en la tentación de la desesperanza. Ambas situaciones son usadas por algunos para alimentar un sentimiento de inevitabilidad y derrota en los sectores que luchan contra la tiranía. Se trata de los mismos falsos opositores que con razonamientos falaces alientan la vía electoral, descalifican la rebelión militar y niegan la intervención internacional en Venezuela para detener esta tragedia.
Pero la realidad casi siempre es necia y más sabia que los políticos. Ella termina alumbrando el camino en medio de la noche más oscura. Es el balance que nos queda de una sucesión de eventos que, contra todos los pronósticos, terminó con la liberación incondicional del norteamericano Joshua Holt, detenido por más de dos años en el Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (SEBIN), acusado nada más y nada menos que de espionaje.
La valiente, heroica y oportuna toma de la sede del SEBIN por parte de los presos políticos marcó el énfasis del momento político en lo fundamental: Venezuela es una tiranía y hay presos por razones políticas. Todo lo cual puso en justa perspectiva la estafa electoral de Nicolás Maduro. Esto, combinado con la presión inalterable de los EEUU sobre el régimen vía sanciones políticas y financieras, creó las condiciones óptimas para la liberación del rehén norteamericano. Hay que tomar en cuenta que tan solo cuarenta y ocho horas antes, Diosdado Cabello y otros voceros del oficialismo negaban expresamente la posibilidad de liberar a Holt.
Esta combinación de eventos fortuitos, lamentable, no fue concertada. De haberlo sido, habría podido terminar con la liberación de los demás presos políticos, civiles y militares, en una acción mucho más logística y menos diplomática.
Pero lo que hay que recuperar de este episodio es que las presiones funcionan. La presión interna ejercida por los presos políticos y sus familiares, sumada a la presión externa de los EEUU, condujo a la liberación de Holt. Sin duda.
Frente a la retórica derrotista se impone un abordaje más estratégico del momento político que vive Venezuela. En esta perspectiva, la intervención internacional, la rebelión militar interna y la insurrección civil no se pueden descartar como salidas a la crisis. Son dinámicas que, de ser correctamente concertadas, podrían igualmente acabar con el régimen y conducir a la necesaria ruptura. Las presiones funcionan, pero funcionarían mucho mejor si son coordinadas.
@humbertotweets