En toda ideología hay una falsedad descriptiva de la realidad social y una utópica concepción prescriptiva del mundo. La historia de las ideologías corre paralela a la historia política de los dos últimos siglos. Lo que a principios del XIX comenzó siendo, con los ideólogos franceses, un mero estudio de la formación psico-fisiológica de las ideas, lo convirtió Marx en la veladura o enmascaramiento de la realidad, mediante un conjunto de ideas y creencias que ocultaban la dominación burguesa de toda la sociedad, no solo a la clase obrera sino a la propia burguesía.
Las dos primeras ideologías, el socialismo utópico y el anarquismo, pretendieron salir del desdoblamiento revolucionario de la conciencia, en un mundo político separado del social (Revolución Francesa), mediante el retorno a una comunidad elemental o a la sociedad patronal de artesanos. Los economistas del mercado, abandonando la preocupación científica de los ideólogos, vincularon la conciencia individual a la visión del mundo desde la óptica de la riqueza de las naciones que producía la libertad. El liberalismo, no la dictadura en el Estado, era la nueva ideología que ocultaba la dictadura económica en el mercado, creando buena conciencia en la clase dominante y desgarro de la conciencia desdichada en las dominadas.
El problema insoluble del marxismo, el fracaso de la liberación o emancipación de la conciencia de clase (burguesa o proletaria), se debió a que la identificación del interés de la totalidad social con el de una de sus partes, también enmascaraba la realidad con una ideología, la socialista. Por ello, desde la izquierda filosófica se hizo la crítica de las ideologías, y desde la derecha se pregonó el fin de ellas. Crítica y pregón inoperantes porque donde hay oposición social de intereses vitales habrá ideologías que velen o enmascaren la realidad. No puede haber una derecha ni una izquierda conscientes de sí mismas. Ese cinismo requiere una inteligencia que no tienen los partidos políticos. Nuevas ideologías de consenso o de conflicto les impedirán ver sus respectivas parcialidades. Y la justicia mínima de Rawls (consenso para mejorar la parte social más indigente, contra el interés común de la inmensa mayoría) no deja de ser una quimera de inmemoriados.
A partir de las rebeliones del 68, el relativo bienestar social, el absoluto malestar político -en crecimiento constante desde el fin de la guerra fría-, el progreso tecnológico, la sociedad espectacular del como si, la globalización, el terrorismo y el pensamiento único, han sustituido las ideologías de partidos por la sistemática demagogia de lenguaje y de gobierno para cautivar a votantes serviles que los perpetúen en el poder. La única ideología que renace de sus cenizas fascistas es la del nacionalismo regional.
Ante esta situación de desesperanza cultural y política, se presentan como únicos ideales realizables, no susceptibles de ser enmascarados con ideologías de clase o nacionalistas:
La realización de estos ideales, al afectar por igual a toda la sociedad civil y a todas las clases o categorías sociales, está excluida del ámbito de acción y pensamiento de los partidos estatales. Sería ridículamente vano esperar de ellos el menor signo de comprensión o de acercamiento a estos ideales. De ahí la necesidad histórica de que un amplísimo movimiento de ciudadanos conscientes, renunciando a convertirse en partido político, aglutine a todas las actitudes personales ante los gobiernos de partido estatal, para marchar en un bloque indiviso hacia la República Constitucional. Ese movimiento existe y ha comenzado a moverse. Es el MCRC.