Pese a las transformaciones que los acontecimientos obligaron a realizar en el Estado, y a la revolución de las comunicaciones en la Sociedad, el pensamiento liberal y el derivado del conflicto social siguen prisioneros de su primera filosofía de la historia. Esto explica que los partidos liberales y marxistas, a causa de la irrealidad actual de sus creencias, hayan sido apartados de la gestión gubernamental del Estado moderno. Y lo que es aun peor. Sus prejuicios ideológicos los han inhabilitado para entender el significado de las situaciones políticas nuevas.

La situación actual de España es originalísima. Crisis del Estado monárquico, provocada por los nacionalismos autonómicos, sin crisis de gobierno. La falta de situaciones parecidas en la historia comparada ocasiona la perplejidad en los análisis de la situación. El partido gobernante lanza mensajes reformistas del Estado, inspirados en sentimientos republicanos y federales. El de la oposición anuncia proyectos de reforma de la Constitución, para frenar a los nacionalismos periféricos. La Monarquía aun no es atacada, pero ha dejado de estar defendida.

Las ofertas y contraofertas entre empresas dominantes en el sector energético, la infracción de las directivas de la Unión Europea en esta materia y los conflictos de intereses entre la oligarquía central y la autonómica (en momentos de inseguridad en la evolución de la economía y en una perspectiva de guerra globalizada en Oriente Medio), han añadido a la crisis del Estado la de la propia oligarquía financiera que lo sostiene.

En esta situación compleja, que desborda las capacidades de acción del Gobierno y de la Oposición, los remedios políticos que acuden a la mente de los analistas pagados por los medios de comunicación, son de carácter reaccionario. No en el significado vulgar de la palabra, sino en su sentido preciso de una vuelta al pasado inmediato, es decir, al consenso entre los dos partidos dominantes.

Estos análisis ignoran que el voluntarismo político deja de ser posible en las posiciones de “noluntarismo“, como la tomada por el Partido Popular. Este partido tradicional ha descubierto, por el azar de los acontecimientos que lo apartaron del Gobierno, el inmenso poder del NO, en tanto que acto positivo de la voluntad. Con tal descubrimiento, el PP abandona la índole maléfica de la “noluntas“ escolástica y, sin saberlo, adopta la filosofía del negativismo unamuniano, la del voluntarioso no querer. El Gobierno y la Oposición se han metido en un callejón sin más salida que la de entrar de lleno en la crisis radical de la Monarquía de Partidos.

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