LUIS LÓPEZ SILVA.
“La democracia no es el silencio, es la claridad con que se exponen los problemas y la existencia de medios para resolverlos” Esta frase de Enrique Múgica delata la pavorosa realidad en la que se encuentra nuestro sistema democrático en un contexto deprimente causado por la crisis económica, política y moral que está erosionando el frontispicio donde están esculpidos los principios de una sociedad justa. Las exiguas justificaciones y los débiles argumentos de quienes lideran el viraje hacia la concepción de un Estado represor para recuperar instancias economicistas recomendadas por la tecnocracia financiera, son ajenos a la lenta hecatombe democrática que se cierne sobre las instituciones políticas y sociales que sostienen y revitalizan la vida democrática. Como todos sabemos, la democracia, desde sus primeras andaduras, ha sido un sistema de convivencia fácil de desmontar cuando circunstancias políticas y económicas adversas socavan sus pilares básicos, y si nadie, en este caso los ciudadanos como usuarios de la misma, no se deciden por su defensión, sucumbe. Por tanto, si los problemas que estamos atravesando son el resultado de un conjunto de decisiones políticas legisladas con la indispensable asistencia de expertos y lobbies que ignoran el proceso democrático con la traviesa pretensión de disminuir la praxis democrática, ha llegado la hora de denunciar colectivamente tal desmán. No obstante, el colectivo si está de acuerdo en que delegar en expertos algunas decisiones secundarias no equivale a ceder el control sobre decisiones fundamentales a favor de una élite de expertos, una cosa es que los cargos públicos busquen la ayuda de expertos, y otra muy distinta es que una élite posea el poder de decidir sobre las leyes y la políticas que hemos de acatar los ciudadanos. La democracia la ha de hacer el pueblo con sus representantes electos, y no especialistas que sobrevaloran sus conocimientos técnicos en detrimento del juego democrático. La crisis no ha de ser una excusa para tolerar injerencias oligárquicas en nuestra libertad política, de hecho, es ahora cuando más se ha de preservar, porque como ya intuimos, en este malestar social se crea al ambiente perfecto (miedo, incertidumbre, confusión…) para que los oportunistas de la política se cuelen por detrás ofreciendo soluciones y milagros populistas que acaban minando la fortaleza de las instituciones democráticas.
Un análisis exhaustivo sobre el hecho democrático ha de abarcar al menos estas tres cuestiones: las instituciones imprescindibles que la sustentan, las condiciones económicas y sociales que favorecen su desarrollo y los criterios necesarios para evaluarla. Teniendo en cuenta estos tres puntos, podemos esbozar un informe serio sobre la salud de nuestro sistema democrático. Empecemos por las instituciones. Las principales instituciones se corresponden con la división de poderes, y son el Parlamento, el Gobierno y la Administración y los Tribunales de Justicia. Del mayor o menor grado de independencia entre estos tres estamentos políticos depende la bonanza de la democracia. En nuestra democracia como bien confirma la actualidad política, este problema está aun sin resolver, porque legislativo, ejecutivo y judicial son una urdimbre de conexiones partidistas que monopolizan toda la agenda social con fines mayoritariamente ideológicos, desestimando el interés común. Primer suspenso. En cuanto a las condiciones económicas y sociales he de anotar que nuestra sociedad está integrada en una economía de mercado libre, la cual, ha desarrollado ampliamente la economía, pero de manera desigual, concentrando cada vez más los capitales y los centros de poder a favor de una minoría plutocrática que desdeña la interminable lista de condenados a la pobreza y la exclusión social. Segundo suspenso.
Por último, la evaluación de la democracia la ha de ejercer el ciudadano, pero para acometer tal evaluación en necesario un ciudadano con capacidad crítica, y esta capacidad crítica solo se desarrolla cuando el ciudadano, a través de la educación y la cultura, emprende la tarea de la comprensión de su entorno socio-político. España es deficiente en educación y cultura, y además, ésta se halla manipulada y monopolizada por grandes corporaciones de medios. Tercer suspenso.
El análisis revela que la democracia española está desvalida ante la crisis, y que si los ciudadanos no invertimos esta tendencia es posible que la irreversibilidad de tal tendencia desemboque en posturas populistas impredecibles.