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JUAN GOYTISOLO.

Podríamos hablar de la revolución cubana y su primera fase permisiva del 59 y comienzos de la siguiente década: autores como Guillén, Carpentier, Cintio Vitier, etcétera, habían escrito su obra más significativa con anterioridad a ella, y el mayor acontecimiento literario posterior -la publicación de Paradiso en 1965- se hizo ya a contrapelo de la línea revolucionaria oficial. A mayor abundamiento, recordaremos que el movimiento literario y filosófico de la Enciclopedia nació durante la monarquía absoluta de Luis XV y Luis XVI, y no en el decenio de la Revolución francesa -en el que la única obra de indiscutible valor, la de Sade, se debe a la pluma de un marginal y proscrito-, y sería ocioso mencionar que la generación de poetas que dominó el panorama cultural de la República surgió en el período de Primo de Rivera y ha sido identificada incluso por nuestros entomólogos literarios como «generación de la Dictadura».

Por otra parte, cuando Gunther Grass comparaba la actual situación literaria española con la alemana de 1945, se equivocaba también de medio a medio. Mientras en esta última se trataba de un caso evidente de ruptura entre la obra de los exiliados antinazis y las nuevas generaciones criadas bajo el hitlerismo -ruptura que sí se consumó en España durante los cuarenta-, el proceso de recuperación, aunque tardío y plagado de insuficiencias y errores, se había iniciado entre nosotros quince años antes de la muerte del dictador. Dicho proceso se llevó a cabo en condiciones adversas -aún suavizada, la censura ocasionaba sus habituales estragos- y sus frutos han sido y siguen siendo muy parcos, pero España se había incorporado ya en 1975 a la corriente que sacudía las letras hispánicas, cuyos polos de atracción se situaban en La Habana, México, Buenos Aires y Lima.

La desaparición de Franco ha modificado favorablemente el contexto en el que se inserta el esfuerzo renovador; con todo, éste no ha respondido todavía, como los optimistas e impacientes suponían, al cambio ambiental que supondría una democracia. Ni la poesía, ni la novela, ni el teatro, ni el ensayo son géneros de improvisación fácil, cuya existencia dependa de una evolución política, social o económica: ahí está el caso de algunos países nórdicos que aunque dotados de libertad centenaria y un producto nacional bruto envidiable, ofrecen, en cambio, una literatura de escasísimo interés.

La verdad es que ni aún los Gobiernos sinceramente democráticos cuentan entre sus facultades la de influir decisivamente en la creación de las formas superiores de la cultura. El arte y la literatura libres se desenvuelven y han desenvuelto siempre independientemente de ellos (por sus características económico-sociales, tanto el teatro como el cine constituyen, como es obvio, un caso aparte). Pueden contribuir, sí, a la formación de un clima propicio a los mismos protegiendo su libertad y asegurando las bases educativas y sociales en que se asientan. Ello requiere, claro está, un respeto por la labor desinteresada y solitaria del artista, pensador o escritor que tradicionalmente no existe entre nosotros.

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