PATRICIA SVERLO.
Cuando Suárez fue incluido en la terna, se le tomó por un relleno insignificante, casi como un gesto protocolario para que los falangistas estuvieran representados, el sustituto de su candidato natural, Alejandro Rodríguez Valcárcel. Los otros dos que le acompañaban en la lista parecían tener muchas más posibilidades de ser escogidos. Federico Silva Muñoz y Gregorio López Bravo, los dos de posiciones continuistas, con una larga experiencia en política, significaban la garantía de la supervivencia del Régimen. Torcuato había salido del Consejo del Reino con la terna en la mano, sin desvelar nada de los tres nombres, y diciendo: “Estoy en condiciones de ofrecer al rey lo que me ha pedido“. Todos pensaron en Areilza, que era el más monárquico de los ministros. Pero el 3 de julio de 1976, Televisión Española daba la noticia de la designación de Adolfo Suárez, cosa que dejó a todo el país con la boca abierta.
Para su primer Gobierno, Adolfo Suárez nombró vicepresidente a Alfonso Osorio. Era del clan, había colaborado en el nombramiento del nuevo presidente y esto era lo que le correspondía, en cumplimiento del pacto que habían hecho. Pero después tuvo problemas para poder completar la lista. Fraga, muy enfadado por el hecho de no haber sido escogido por el rey, anunció que se iba del Gobierno. Le siguieron José María de Areilza y Antonio Garrigues, entre otros, y después muchos más no aceptaron ocupar los puestos. No había sido intención del rey ni de Torcuato apartarlos del Gobierno. Los necesitaban. Mondéjar fue enviado a casa de Manuel Fraga para tratar de convencerle de que continuara. Pero Fraga no cedió. Al final, casi no tenían a nadie y tuvieron que escoger a gran parte de los ministros entre los hombres democristianos del grupo “Tácito” (la antigua Asociación Católica Nacional de Propagandistas), a quienes propuso Alfonso Osorio, aunque eran jóvenes perfectamente desconocidos. Sin embargo, algunos de ellos, como Rodolfo Martín Villa, elegido como ministro de la Gobernación, se hicieron famosos enseguida. Era el primer Gobierno verdaderamente de Su Majestad. El plan de acción que seguiría este Gobierno estaba perfectamente diseñado por Torcuato. Los primeros pasos eran aprobar la reforma del Código Penal para empezar a legalizar partidos, abordar una amnistía política simbólica, elaborar una ley de reforma y organizar un gabinete especial para asesorar al Gobierno, sobre todo en política económica, siguiendo la línea iniciada en la etapa anterior para “reinventar” la monarquía.
Empezando por el último aspecto, Alfonso Osorio creó la Dirección General de Prospectiva, al parecer a iniciativa de la reina, muy interesada en esta clase de estudios. El primer director fue Jesús Montero, que había sido propuesto por Nicolás Mondéjar. Respecto a la oposición, el Gobierno tenía claras, al menos, tres cosas: que no convocaría un referéndum para darle la oportunidad de que votara a favor de la república; que la reforma de las Leyes Fundamentales la harían ellos solos, a su manera (en el Consejo de Ministros del 24 de agosto tomaron la decisión de declarar materia reservada todos los asuntos relacionados con la reforma política); y que las elecciones generales se producirían dentro de un sistema de representación proporcional.
En el mes de agosto, empezaron los contactos con la oposición para ver cómo se podía ajustar la ley para legalizar lo que estaban dispuestos a conceder. Pero siempre con conversaciones a nivel individual, por separado con cada líder político, sin que el Gobierno aceptara una negociación política, que era lo que proponía la Platajunta. Aparte de las conversaciones del Gobierno, desde aquel mismo mes Joaquín Garrigues Walker, representante de la Trilateral en España, se reunió con varios líderes de la oposición para ir tanteándolos. Las reuniones se celebraron en su casa de Aravaca y, entre otros, habló con Raúl Morodo, Miquel Roca, Joan Reventós, Alejandro Rojas-Marcos, Antonio García Trevijano, Francisco Fernández Ordóñez, José María Armero…
Por su parte, Suárez se trabajaba fundamentalmente al PSOE, que, tras los primeros contactos que había tenido con él en el entorno del príncipe antes de la muerte de Franco, ya estaba de rebajas, en la línea de la junk politic (‘política basura’, de inspiración yanqui). El día 10 de agosto se entrevistó en secreto con Felipe González, en casa de Fernando Abril Martorell, el ministro de Agricultura, que era ya la mano derecha del presidente; y, otra vez, el 2 de septiembre. En estas reuniones Felipe González se mostró dispuesto a reconocer la monarquía a cambio de ciertos compromisos de apoyo al PSOE, con menoscabo del Partido Comunista. Eso sí, anunciaba que, de cara al exterior, seguirían defendiendo la república como forma política del Estado, en una actitud testimonial, porque no podían hacer otra cosa ante su militancia, por el momento. A la vez, otros dirigentes del PSOE (los hermanos Solana, Enrique Múgica y Luis Gómez Llorente) maniobraban para presionar al entonces ministro de Interior, Rodolfo Martín Villa, a fin de que no legalizara el PCE, al cual veían como un fuerte competidor. El 8 de septiembre, Suárez convocó a los capitanes generales y a la cúpula militar para explicarles los planes de reforma, ya con el proyecto de ley en la mano, y para hablarles de la legalización de los partidos. Supuestamente, en este último punto ya se incluía el PCE, y el presidente tenía que decírselo y convencerles de que no pasaba nada. Pero respecto a este punto hay versiones discrepantes. Suárez aseguró después, en los momentos previos a la legalización efectiva, que sí se había tratado el tema y que a los militares les había parecido bien.
Según la versión de Armada, sin embargo, cuando un alto mando militar le preguntó si legalizaría el Partido Comunista, la respuesta de Suárez fue que, con los estatutos que el partido tenía en aquel momento, era imposible legalizarlo, con lo que se sintieron aliviados. Esta versión es más coherente con lo que se sabe de los acuerdos a los que Suárez había llegado días antes con los socialistas, y con lo que se podía esperar de los militares. De ahí que tenga más aire de ser la versión auténtica.
Fuera como fuese, el presidente tuvo un éxito personal muy grande, lo cual era bastante extraordinario, puesto que muchos de aquellos militares habían acudido a la cita dispuestos a dar guerra. Les explicó tan bien las cosas, que un coronel acabó aclamando a Suárez con un “¡Viva la madre que te parió!” Dos días después, el Consejo de Ministros aprobaba el texto definitivo del Proyecto de ley para la reforma política, cuya redacción se atribuye a Torcuato Fernández Miranda. Con ella, el rey consiguió desembarazarse de las Leyes Fundamentales, a las que había jurado fidelidad en 1969. Pero antes tenía que conseguir que la aprobaran las Cortes de Franco, teniendo en cuenta que supondría que se tendrían que disolver. El viejo profesor de Juan Carlos trabajó sin cesar, intrigando con unos y con otros para conseguir los votos, negociando casi uno por uno. Y fue consiguiendo los votos que necesitaba de los procuradores, alentados por la esperanza de conservar un sitio de privilegio en el nuevo sistema de poder que se estaba estableciendo.