La prensa cortesana —esa servil maquinaria de propaganda que, bajo el disfraz de entretenimiento o interés humano, contribuye a mantener anestesiada la conciencia política de los gobernados— vuelve a la carga con las noticias sobre las infantas, princesas y demás símbolos de la desigualdad institucionalizada. Esta vez, los focos se centran en dos escenas particularmente reveladoras: la infanta Leonor paseando por la playa y Amalia de Holanda inaugurando un jardín de tulipanes con la solemnidad de quien cree haber cumplido un deber sagrado. En ambos casos, la prensa lo celebra. Pero ¿qué celebramos exactamente?
Nos hallamos ante una infantilización deliberada de la percepción de lo político por el consumidor de noticias. El régimen monárquico de partidos —sostenido por la obediencia, no por la libertad— se vale de imágenes banales para despolitizar su existencia. Convertir a la heredera de una jefatura del Estado en un objeto de espectáculo playero no es un descuido, sino un cálculo. Porque cuanto más se familiariza al pueblo con la figura real, más se naturaliza su permanencia. Y sin cuestionamiento, no hay cambio.
¿Y qué decir de Amalia, la joven princesa neerlandesa que corta cintas y posa junto a flores como si el siglo XXI no hubiese llegado? Esto no es una anécdota estética, sino la manifestación de una concepción del Estado.
La República Constitucional —y no esas falsas repúblicas que sólo han sustituido coronas por partidos estatales— representa el único camino posible hacia la libertad política colectiva. En España, donde la Transición no fue más que una transacción entre franquismo y partitocracia, no se esconde sino que se celebra el papel de la monarquía como catalizador del reparto.
Mientras nos entretienen con paseos reales y jardines ceremoniales, se oculta la realidad: ningún ciudadano español ha tenido la oportunidad de elegir sobre la forma del Estado ni de gobierno sino tan solo de ratificar las decisiones de la élite política y de los poderes fácticos.
La libertad no nace del aplauso a la costumbre, sino del rechazo consciente a toda forma de dominación.
Sin duda, una de las mejores reflexiones sobre la desigualdad fundante del R78 que he tenido la oportunidad de leer. Enhorabuena.