Los catecismos de Ripalda y de Astete, al explicar el Cuarto Mandamiento, en ese antiguo y eficacísimo sistema didáctico de preguntas y respuestas, preguntaban con mucho tino que a quién se había de tener también por padres, además de los naturales (hoy diríamos biológicos). A esa pregunta respondían que a los mayores en edad, saber (o dignidad) y gobierno; entendido gobierno aquí, no tanto en su acepción cratológica de poder o autoridad gubernativa, como sobre todo en el sentido de conducirse, administrarse o gobernarse justa y ejemplarmente a uno mismo y a quienes de uno dependan. Ni que decir tiene que con estos breves libritos, editados por primera vez a principios del siglo XVII, se evangelizó toda la América española y aprendieron sus primeras letras y lo esencial de la religión y teología católicas los españoles de ambos hemisferios hasta al menos la mitad del siglo XX.
Pues bien, atendiendo a esa acepción del Cuarto Mandamiento, y tras abandonar don Dalmacio Negro Pavón este valle de lágrimas el mismo día en que cumplía 93 años de plena y fructífera vida de estudio y de magisterio público, los discípulos y amigos más cercanos al maestro (distinción ociosa en la práctica, por cierto; pues a todos sus discípulos nos honró don Dalmacio con su amistad y su cercanía) y más hábiles con la pluma han rendido durante estos días sentidos y hermosos homenajes en agradecimiento y reconocimiento al maestro, al mentor y al amigo. Es lo que corresponde hacer con un maestro y con un padre intelectual, cuando no espiritual: honrar a su memoria. Y es muy gratificante, y un gran consuelo ante su pérdida, que sus discípulos y continuadores sean tan numerosos y de tanta calidad tanto humana como intelectual, como justamente ha de corresponder a la talla humana e intelectual del maestro.
El que suscribe estas líneas tuvo su primer contacto con el pensamiento dalmaciano allá por 1998, a través de La tradición liberal y el Estado, su discurso de ingreso en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, pronunciado en 1995. Encontrarse uno, ya cumplida la treintena y acabados hacía unos cuantos años los cursos de doctorado en Economía, con una obra tan densa y compleja como inclasificable, fue una auténtica cura de humildad para un joven economista liberal que creía, si no saberlo todo, sí lo esencial en lo que tocaba a la política y al Estado. Craso error, frecuente, por cierto, entre los economistas y más frecuente aún entre los economistas liberales. Un error que casi es un marchamo de escuela entre los economistas liberales de la rama austriaco-libertaria, de inspiración rothbardiana. De ahí que leer a Dalmacio Negro fuera para mí, antaño un joven economista austriaco, como descubrir una Terra Ignota, con la añadidura de que ese nuevo continente ya había sido explorado y minuciosamente cartografiado por uno de los más grandes pensadores que ha dado el mundo hispánico en el último siglo.
Leer a don Dalmacio (tratamiento hoy en desuso por abuso, que antaño se reservaba a personas muy distinguidas y ameritadas, y que los amigos y discípulos del maestro reservábamos para él, pues, parafraseando a Sagasta tras el asesinato de Cánovas, con el fallecimiento de don Dalmacio, todos podemos tratarnos ya de tú) no es tarea fácil, ni mucho menos. Requiere tiempo, cierto nivel de conocimiento y formación histórica, filosófica, cultural y teológica previas; de esas que, muy raramente, se dan hoy en la universidad española. Y si no se tienen, como era mi caso, para leer y comprender una página del maestro hay que resignarse a consultar varias veces las obras de referencia. Sin embargo, para todos aquellos cansados de pensamiento ideológico, para aquellos que no se conformen con los lugares comunes de siempre y que de verdad quieran saber y decir algo coherente acerca de las dinámicas históricas; en pocas palabras, para todos aquellos que perciban lo precario, insuficiente, inexacto o, directamente, falso de gran parte del corpus doctrinal de lo que hoy llamamos ciencias sociales, verán recompensado más que con creces el esfuerzo. Comprobarán la diferencia abismal entre el vuelo gallináceo que practican la academia, los prestidigitadores políticos y los llamados «creadores de opinión», y el vuelo del águila.
Este extraordinario trabajo, donde ya se despliega el detallado mapa de esa Terra Ignota, y el extraordinario ensayo Lo que Europa debe al cristianismo, donde don Dalmacio, con el detonante de su justa cólera ante la supresión de cualquier referencia al cristianismo en la nihilista Constitución Europea, remató el exacto diagnóstico de la enfermedad senil que afecta a Europa y a Occidente, el nihilismo, transformaron para siempre mi forma de ver el mundo y de estar en él. Y fueron de enorme ayuda para mí durante mi paso por el periodismo y por la política, pues abrieron mi mente y me preservaron de cometer graves errores personales y profesionales.
Muchos años después, a principios de 2022, y ya fuera de la política y del periodismo, tuve la ocasión de conocer personalmente a don Dalmacio, que me acogió desde el principio, como a uno más y en plano de igualdad junto con sus veteranos discípulos, en el seminario Luis Díez del Corral, que tenía lugar todos los jueves ya por entonces online. Fueron muy pocas las sesiones que me perdí, porque en cada una de ellas aprendíamos algo nuevo unos de otros, y todos del maestro. Y por primera vez en muchísimos años, volví a experimentar algo que rara vez puede hoy experimentarse: el contacto directo con lo bueno, lo verdadero y lo bello.
Muchos han expresado ya con hermosas y sentidas palabras el afecto, la admiración y la deuda de gratitud que tienen con don Dalmacio, un hombre bueno y un auténtico sabio, un maestro, un padre intelectual y un sincero amigo. Las suscribo todas desde la añoranza de su magisterio semanal y desde la obligación (por orden directa suya) de poner por escrito algunas nociones sobre la naturaleza del dinero y del crédito y su influencia en el crecimiento del Leviatán que tuve ocasión de exponer en el penúltimo seminario previo a su fallecimiento, y que al maestro le parecieron interesantes. Dios mediante, esa será mi primer tributo a la memoria de don Dalmacio, que espero dé desde el Cielo su nihil obstat.