La solemnidad siempre fue hermana siamesa de la ridiculez. Al separar una de otra, morían las dos. Siempre vivían ambas en un extraño equilibrio. Y se necesitaban mutuamente en extraña simbiosis.
Lo ridículo devuelve lo solemne al mundo de los vivos. Lo excesivamente solemne, yace en un marmóreo cielo petrificado. Lo demasiado ridículo, no mueve a la conmoción ni al bufón de corte. Pero ambas, se legitiman mutuamente dándose la una lo que le falta a la otra. Sólo así se sostienen. Son como las muletas que sostienen al lisiado. O como las herramientas que permiten realizar diferentes suertes del toreo según se haga con la izquierda o con la derecha. Según se mire. Anfibología coronada.
La Corona juancarlista hizo su reentrada en el tardofranquismo apoyándose en esas dos muletas: en la zurda, la ridiculez campechana y la solemnidad en la diestra, a sabiendas de que no se sostenía por sí sola porque nunca tuvo la legitimidad de origen, único sostén que le hubiese permitido caminar desde la cuna a la tumba guiada por el honor, principio que, al decir de Montesquieu, debe regir una verdadera monarquía.
La ridiculez, la traía puesta de origen: corona instaurada por un dictador, saltándose la línea sucesoria del titular de la monarquía, su padre, e iniciando con doble perjurio su reinado bufonesco; usando el Estado como cortijo para sus negocios, instruyendo al yerno en el arte de la muleta. Toreros finalmente en un ruedo ibérico que miraba al tendido. Hasta que un elefante, una mala foto y una amante despechada aconsejaron pedir perdón por el mal uso de la muleta izquierda. Ese arte no era para las plazas de su tiempo. Le tocaba torear al monarca con la muleta derecha. Su suerte esquiva.
¿Podría el monarca mantenerse en equilibrio con una sola muleta? ¿Apoyarse sólo en la solemnidad? ¿Un Borbón? Si difícil lo tuvo con dos, era necesaria una operación de Estado: primero para convencerle y después, para inventarle una legitimidad de ejercicio, ausente la de origen, bajo el armiño de la solemnidad.
Los juristas orgánicos, cirujanos de hierro en tiempos de guerra, tenían una misión harto complicada: sin tradición en la cátedra española de constitucionalistas no administrativistas, hicieron lo único que saben hacer: acudir al derecho comparado, yermos de ideas originales. Buscando allí la solemnidad que les faltaba aquí para que aprendiera a caminar o a torear con esa muleta.
Se lanzaron entonces las Reales Academias y las cátedras a rescatar al maestro Jellinek, y por su boca le decían al monarca que «no es el rey el que hereda la Corona sino la Corona la que hereda al rey». No se han cansado de recordárselo al titular actual de la Corona al que ya no le dejan torear en plaza pública. Paradoja actual del monarca: tiene los pasos más controlados que su padre. Carente de la muleta izquierda del garbo torero, la derecha es dirigida por padrinos que saben que la fiesta está a punto de terminar. Sólo les queda esta baza real para salvarse ellos mismos. Carta muda en un mundo que ya no oye. Que ya miró a otro lado. Que ya no le hacen gracia las muletas.
Esperemos que a la caída de su última muleta, no se deje engañar el tendido hispano bajo los clarines de la bufonesca que pace a sus anchas en la continua fiesta partitocrática. Ahí hemos de aparecer los repúblicos con los estoques relucientes. Hay que dar la puntilla con magistral destreza.
Muy buen artículo. Enhorabuena
Magnífico examen a la monarquía de partidos española. Enhorabuena.
Es claro que ningún régimen ha sido eterno, y el régimen del 78 tampoco lo será. La incertidumbre es, lo que vendría después de la desaparición del régimen del 78. Por eso, hemos de estar preparados en ese momento para conseguir la libertad política colectiva.
Exquisito artículo y mejor retruécano. Los Borbones cojitrancos nos recuerdan que vivimos bajo el Despotismo Ilustrado