Hispanidad

El devenir y ser mismo de las naciones, su evolución, no depende de su voluntad política, sino de su capacidad de modificar las condiciones de su propia existencia, quedando tan fuera del alcance de la libertad crear naciones como crear lenguas ―fruto ambas únicamente del interactuar colectivo creador de su historia cultural―.

Por eso la independencia de un pueblo no es jamás fruto de su libertad política dentro de su nación, sino reflejo de su fuerza frente al exterior. Así, España existirá queramos o no, como el oxígeno que respiramos, haya libertad de reunión, de prensa o de sufragio, o no la haya. No se trata pues de un plebiscito continuo que determine su existencia ni de un producto contractual, sino de un concepto objetivo y predeterminado tan difícil de definir como fácil de identificar.

La concepción del hecho nacional como algo objetivo desarma, más allá del sano y natural patriotismo, la épica del nacionalismo definido éste como la ideología que lo entiende como algo decidible. Por eso, la hispanidad como proyección exterior de ese hecho nacional no es algo ideológico sino su consecuencia. Y es que toda ideología es falsa por naturaleza, al transformar una verdad particular en un logos universal.

Pues bien, con el término «hispanismo» vamos camino de que ocurra lo mismo que con el «constitucionalismo», que de pasar de definir los estudios constitucionales se ha convertido en una ideología de cátedra. Sin embargo, la hispanidad, como hecho de la historia, no es lo mismo que el hispanismo como corpus ideológico, de la misma forma que libertad no es lo mismo que liberalismo, ni comunidad es comunismo.

Ideologizar la hispanidad supone hipotecar el pasado para justificar una visión política que así se universaliza. Esa visión ideológica, por lo demás, no tiene por qué ser la misma. Vale para todo ya que todas las ideologías tienen la pretensión última de imponer una concepción subjetiva que encaje en su modelo de pensamiento. El hispanismo ideológico permite contemplar la realidad del hecho nacional español, de la hispanidad, para adaptarla y llevarla al terreno propio.

Por no hablar del paso de ese hecho nacional a la conciencia de  España, que desarrollara magistralmente Antonio García-Trevijano, y evitando así acusaciones de doctrinario, por poco sospechoso merece la pena citar al escritor católico y tradicionalista Miguel Quesada Vázquez cuando sobre esta nueva concepción afirma lo siguiente:

Los hispanistas observan el hecho fáctico de lo hispánico a través de las lentes de sus respectivas ideologías, convirtiéndolo en objeto de sus ensueños. Así las cosas, los serviles al nuevo orden ven en la gesta hispánica la primera globalización, pretendiendo una conexión con la expansión mundial de la revolución y la monarquía hispánica; los materialistas contemplan las grandezas fácticas de las instituciones, ocultando el ánimo evangelizador de las mismas; los nacionalistas pretenden una unión de naciones soberanas, ahondando en el cáncer tan ajeno a lo hispánico que ha supuesto la nación política; los gnósticos persiguen una suerte de espíritu cifrado y esotérico que vendría a sobreponerse a otras civilizaciones no iniciadas; la lista es interminable.

La hispanidad, por tanto, como  proyección del hecho nacional es algo distinto a  este (neo)hispanismo que se convierte así en el polo ideológico opuesto y contradictor del indigenismo caníbal, a día de hoy mucho peor por extendido y que toca ya poder político.

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