Annibale Carracci. Una alegoría de la verdad y el tiempo. 1585. Royal Collection, Londres.

La preocupación por la verdad no es capricho o un problema semántico, sino una consecuencia directa de nuestra propia racionalidad. Nuestra capacidad de pensar, de relacionarnos con el mundo que nos rodea y de agruparnos en comunidades crean la necesidad de obtener un conocimiento auténtico sobre la realidad, independiente de nuestra voluntad y, presumiblemente, extrínseco a nosotros.

Sin embargo, nuestro deseo intuitivo por saber nos obliga a plantear el problema filosófico de «qué significa que algo es verdad». Este problema suele dividirse a su vez en dos: 1) Cuál es ese algo, es decir, qué puede ser verdadero o falso, y 2) Qué hace que ese algo sea verdadero o falso.

Respecto al primero de estos problemas, la tradición filosófica está parcialmente de acuerdo en que los «portadores de la verdad o falsedad» son los actos conocidos como proposiciones. Una proposición es, en términos simples, aquel contenido de una oración que no cambia cuando esta cambia de palabras, de idioma, etc. y que permite asignar, de forma abstracta, un predicado a un sujeto: «Esta página web es el Diario de la República Constitucional». El problema de los «portadores de la verdad» es tremendamente extenso y abarca cuestiones lingüísticas y lógicas que escapan al alcance de este artículo.

¿Qué hace entonces que una proposición sea verdadera o falsa? La Filosofía clásica, a partir de Platón y Aristóteles, abogaba por el criterio de que una proposición es verdadera si se corresponde con los hechos, es decir, que es descriptiva de la realidad. Esta es la Teoría de la Correspondencia, y ha creado el concepto de verdad que utilizamos en nuestro lenguaje coloquial. Sin embargo, los debates epistemológicos sobre la posibilidad de conocer los hechos a los que alude esta teoría han dado lugar a teorías alternativas. Por ejemplo, las Teorías de la Coherencia consideran que la verdad no es una relación entre una proposición y los hechos, sino una relación entre proposiciones: una proposición es verdadera si es coherente con otras proposiciones verdaderas. De esta forma queda «aplazado» el problema. Puede que la teoría de la verdad más polémica sea el Pragmatismo, que sostiene que algo es verdad cuando resulta útil de creer o da buenos resultados. Existen otras teorías que incluso afirman que decir que «algo es verdad» da más información sobre nuestras propias intenciones que sobre ese algo.

En todo caso, queda claro que el problema de la verdad es complejo, pero también necesario para poder crear relaciones entre nuestra “lógica natural” y la realidad que nos rodea. Es por eso que todos los campos del saber se han interesado por esta cuestión. Antonio García-Trevijano también lo hizo cuando elaboró su teoría política.

El pensamiento político requiere la verdad como herramienta para describir la realidad política, formada por los hechos que afectan a las relaciones de poder y a la toma de decisiones dentro de las sociedades humanas. La democracia, que en estos términos puede definirse como un sistema de gobierno en el que la toma de decisiones se realiza bajo el control de aquellos que van a recibir sus efectos (es decir, el conjunto de todos los individuos sometidos a un régimen político determinado), requiere además de un concepto de verdad como «buena fe» o «ausencia de engaño» que haga que, en definitiva, ese sistema gobierno sea «fiable», y proporcione resultados acordes a su esencia.

En la mayoría de ciencias empíricas o fácticas, es común el criterio de que considerar verdadero aquello que es falso (un falso negativo) es más peligroso que considerar falso aquello que es verdadero (un falso positivo), tanto desde una perspectiva práctica como teórica. En esta línea, Antonio Garcia-Trevijano alertaba sobre las catastróficas consecuencias de considerar que las libertades individuales (presentes en mayor o menor medida en todos los regímenes políticos) que disfruta una sociedad son, en sí mismas, la libertad política. A este fenómeno se refiere como la Gran Mentira.

La cita de Garcia-Trevijano con el concepto de la verdad, que tiene lugar justo en la línea de salida de su obra, es decir, en el prólogo de Teoría pura de la democracia ya nos avisa, por su posición privilegiada (como si del estandarte a la vanguardia de un ejército se tratase), sobre la importancia de la verdad para su obra.

En el mismo prólogo, afirma que «Basta desvelar una gran mentira, como la de la transición, y todo cobra sentido genuino.» Las implicaciones filosóficas de este planteamiento aluden directamente a la relación entre lo que las cosas son (ontología) y el conocimiento de ellas al que podemos acceder, o el sentido que de ellas extraemos (epistemología). Para Garcia-Trevijano, la verdad une estos dos mundos, y la mentira los deja incomunicados. Además, es exigente respecto al tipo de verdad que cumple el propósito descrito antes, afirmando:

«Pero la elocuencia de la democracia sólo puede vivir de la verdad. De la verdad descriptiva de hechos y situaciones reales. Y no de la verdad ejecutiva o “performativa” de una proposición, verdadera o falsa, que llevó directamente desde el pragmatismo americano, con su noción de verdad como “aserto garantizado”, o “creencia socialmente justificada” por su utilidad, al totalitarismo cognitivo de la propaganda nazi.»

De esta forma, el fundador del MCRC se sitúa en una idea de la verdad como correspondencia, basada en la capacidad de describir hechos (dejamos a un lado, de momento, el debate sobre el uso del problemático término «hecho verídico» al comienzo del prólogo), e identifica a los enemigos de la democracia con la concepción pragmática de la verdad. Esto es lo que sienta las bases de su gran idea global, que sintetiza su pensamiento: la identificación de la verdad con la libertad política. De esta identificación se deduce en su obra la forma concreta de esa libertad política, cuyo sistema de gobierno es la democracia formal y su «causa motora» es la libertad constituyente. Un trabajo colosal, como el de una catedral gótica, cuya complejidad la mayoría solo comenzamos a intuir.

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