Aunque los medios subvencionados por el gobierno bombardeen durante décadas a la población las sombras de los diferentes partidos, calificándolas como izquierda y derecha —o de ultra—, estos calificativos al final son una cuestión de orden sociológico, no político. Obedece a aspectos identificativos con determinadas propuestas ideológicas que nunca terminan de cumplirse, o aspectos identitarios culturales, a modo de una lengua, el folklore y la gastronomía de determinadas regiones de España.
En sentido político, la izquierda es necesariamente revolucionaria, es la que remueve el orden establecido. Por tanto, no puede clasificarse ningún partido como «de izquierdas» dada la forma de Estado monárquica. ¿Cómo podía pervivir el Partido Comunista aceptando la monarquía de Juan Carlos?
No tiene cabida en una ideología que busca la igualdad material de las personas que la forma de Estado sea monárquica, o sea, que acepte la desigualdad de clases que genera una familia real ostentando la jefatura del Estado de manera hereditaria.
Desde el minuto uno en que Carrillo aceptó a la monarquía juancarlista abandonó a la izquierda a su vez. Pero ese no es el tema del que quiero escribir. Se trata de la tragicomedia resultante derivada de la génesis de esa izquierda ambigua, que muta de nombre y bandera periódicamente, a expensas de la lucha intestina de poder en la oposición a palafrenero de la monarquía de partidos.
Efectivamente, la izquierda revolucionaria del comunismo y el socialismo nunca tuvieron presencia, ni pueden tenerla, en España desde 1978. Se trata pues de lo que algunos denominan como izquierda caniche, o izquierda domesticada, que cambia de nombre caprichosamente en el tiempo.
Al principio tuvieron la osadía de llamarse Partido Comunista, a continuación fue Izquierda Unida, más adelante, Podemos, y por último se denominan Sumar. Pero pareciera una ensoñación de un personaje de ficción en que una autoridad pone nombre aleatorio a sus sirvientes: Meneillos, Baptista, Ambrosio…
Si hacemos la comparativa de la dialéctica entre el palafrenero del rey con su majestad, en este caso la servil pseudoizquierda tiene el deber de embridar y domesticar la montura del monarca. Mientras los pajes domestican las pulsiones revolucionarias de la montura, así el monarca, en este caso el gobierno partidocrático, dirige al país hacia locas aventuras que nadie termina de creerse, pero sean buen pretexto para la aventura del poder, aunque cabalgue hacia el precipicio.
Pues si, parece que en el régimen del 78, todo es lo mismo, cosas del consenso será. Me da por pensar que para ellos el progreso es una tomadura de pelo exponencial. En Fin, torres más altas han caído. Muchas gracias por el artículo y enhorabuena.
Muchas gracias por sus palabras y su tiempo